La Puerta del Ensueño (Novela)

A continuación les dejo tres capítulos de mi novela mitológica. Espero que les guste. No dejen de comentar o enviarme un correo, siempre es válido, antes de la publicación a nivel nacional. Agrego varias caricaturas emblemáticas de la trama, acorde a la ilustración y ejes fundamentales. Constanten que los sentidos van mucho más allá de una novela tradicional.

Frank Nessi Contreras

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                                    I

El mes de julio fue testigo de la gran fiesta de matrimonio entre Analiz Seboyano y Bartolomeo Tasquent. Tres años de noviazgo y seis meses de preparación para la boda se ajustaron al día alegre, como el brillante sol, las nubes disipadas y el colorido bermejo, rojizo, que salían de las nubes para chocar, finalmente, en el asfalto caraqueño, en los maquillajes de lujo de los invitados, más de los familiares, que rieron a granel desde el primer momento en que salieron para la boda del civil. Analiz lucía hermosa, despampanante en su traje blanco, con un ramo de margaritas entre las manos, sonriente, subiendo su ceja izquierda, como queriendo decir: “¡al fin llegó el día!”. Su flacura era espectacular, tan deseosa que cada uno de los invitados masculinos no pudo dejar de verla. Sus senos se acomplaron en el traje, casi impercatables, viéndose diminutos, aunque para los ojos de su marido fue el regalo fastuoso, la figura femenina que siempre quiso tener en su cama en cada despertar. Los invitados murmuraron acerca del vestido de la novia, del traje elegante que llevaba Bartolomeo, mientras los testigos se sentían sumamente felices. Altagracia Valdés y Antonia Crupp se dieron un fuerte abrazo, como también se ofrecían un buen estrechón de manos Ramiro Seboyano y Fréderick Tasquent, padres de los novios.

La mesa estaba servida para que los novios se tomaran de las manos, escucharan la oratoria y firmaran con esbozo de sonrisa en el libro. Un gran beso se dieron los recién casados, mientras Galia Margarita Parinny le decía en el oído a Alain Tasquent que pronto sería la de ellos. Él sonrió sin ganas, al tiempo que veía con rabia a su hermano Bartolomeo, sintiendo una espina que profundizaba su pecho, alcanzando un agudo dolor de espalda; lo mejor que pudo hacer fue mirar hacia otra parte, pero en balde era porque encontraba alegría de todos los presentes, incluso de sus compañeros de la universidad, quienes no tendrían que celebrar por un hecho que no les pertenecía; fue una situación que detestó. Para Alain ser testigo de la boda por civil fue el colmo, la gota que derramaba el vaso, la maldita panícula, esas frescas flores que se enredaban en su estómago, haciéndolo palpitar, llevando las espigas por dentro, las que lo harían sangrar internamente, aún más cuando abrazó a Analiz, cuando sintió su cuerpo... frotando sus manos por su espalda, anhelando besarla por todas sus pecas. Un miserable tiempo para él, y ella únicamente dándole las gracias, pelando sus dientes diamantes para luego abrazar a Galia, que apuraba a su novio para felicitarla y desearle toda la felicidad en su matrimonio. Bartolomeo se acercó a su hermano, queriendo encontrar palabras de regocijo, pero Alain sólo le estrechó la mano, además de decirle pocas palabras, para apartarse... Alain pensó en ese momento: “preferiría verte muerto, maldito gusano, que al lado de tan hermosa mujer. Eso es lo que mereces”.

Salieron de la Jefatura Civil para hacer un brindis, y luego dirigirse a la ceremonia por la iglesia. Alain se apartó del grupo, evitando llorar, descontrolarse, salir corriendo o cualquier cosa que delatara lo que sentía por la pareja de su hermano, ahora su esposa, ¡qué impotencia! Lacadio Manizales se aproximó para calmarlo, pues era la única persona que conocía sus sentimientos. Hablaron de espalda al grupo, quienes gritaban con frenesí: “vivan los nuevos esposos”. El sonido de las copas chocar alteraron más a Alain.

Lacadio: amigo, debes tranquilizarte. Debes mantener en cuenta que ya es una mujer casada, ¡y con tu hermano!

Alain: me importara mucho eso.

Lacadio: ustedes eran muy unidos; no puedes dañarlo todo por una mujer. Todavía recuerdo que Bartolomeo te acompañaba para todas partes, que salían juntos por las noches, que te prestaba su carro cuando quisieras...

Alain: tú lo has dicho, éramos unidos, tiempo pasado. ¡Ésta rabia nadie me la quita!

Lacadio: por lo menos disimula.

Alain: desde que Analiz apareció, mi vida cambió.

Lacadio: ella te ve como lo que eres, como su cuñado.

Alain: sí, ya me sé el cuento, no me sermonees ahora. Sé perfectamente que me ve como el hermanito menor de Bartolomeo, el estudiante universitario inmaduro, el muy niño para ella. ¡Maldita sea! Mi hermano no se merece a una mujer como ella.

Lacadio: no creo que lo odies.

Alain: sé que nunca tuve oportunidad alguna con Analiz; estar cerca de ella me desquicia, me fascina, me excita.

Lacadio: lo mejor que puedes hacer es estar al lado de Galia, no vayas a cometer una imprudencia de la que luego tengas que arrepentirte. Tu hermano fue quien la conoció, el que la conquistó, el que la llevó para tu casa como su novia y prometida. Ahora ella es una señora.

Alain: no puedo sacármela de la cabeza.

Lacadio: tendrás que hacerlo, Justin.

Ya todos los invitados estaban sentados en la iglesia. Entraron los padrinos de la boda Yolanda Muñoz y Marzuck Pimentel, amigos en común de los novios. Alain tenía a su novia a la derecha, mientras a la izquierda a Hilahy Seboyano, hermana menor de Analiz, que tenía apenas catorce años. Ella lloró felizmente al ver la ceremonia, desde que Analiz entró a la iglesia con la música acostumbrada, “tán, tán, tatán”. El cortejo le siguió.

Galia se enganchó en Alain, mientras Hilahy lo llamó por el apodo. Alain, amargado y obstinado, le contestó rudamente que su mote no se pronunciaba con jota, como ella lo decía, sino con ye y acento en la u, no con jota y acento en la i. No había otra cosa que lo molestara más... Lo enervó al máximo esplendor. Pero, tuvo que calmarse y ofrecer disculpas, adicionando un beso en las mejillas. Hilahy las aceptó con gracia, tanto, que le preguntó el porqué lo llamaban así. Alain sólo contestó: “un día estaba en el cine, cuando de pronto me quedo viendo los créditos, y, ¡zas! Quise que todo el mundo me llamara así”.

El público presente disfrutó del coro eclesiástico, ungidos en el catolicismo; admiraron los vitrales enormes, las velas del alrededor, las rosas por donde pasó Analiz, y al cura con su vestimenta blanca, quien alzaba las manos para comenzar su discurso de noventa minutos. Antonia lloró exageradamente por su hija, entre sus manos un pañuelo azul para secar sus lágrimas; Azuel Tasquent, tío de Bartolomeo y Alain, expresó alegría en su mirada, al igual que su esposa Angelina Rotti; Juliana Tasquent, también tía, lloró recatadamente, pensando en el momento en que su hija se casara, aunque era sólo una ilusión de madre; Anselmo Slevigne también disfrutó, en compañía de Tahit Nyasal, quien deslumbraba por su traje corto escotado, y sus sandalias que mostraban sus pies pequeños, a los dedos anulares más largos que los gordos (pies griegos), razón que le fascinaba a Anselmo, como a Zacarías Walcher, que no perdía la oportunidad de galantearla. Cada espacio de la iglesia tuvo su historia; los padres sumamente orgullosos, felices, y tristes a la vez; los jóvenes universitarios pensando en la fiesta, en tomar y bailar toda la noche con una buena compañía, tal cual Rusiana Potocci, quien buscaba para esa noche reconciliarse con Joaquín Lares, su ex novio, que había cortado con la relación hacía dos meses; Lacadio esperaba todavía a su novia Mairí Heredia, aunque tampoco le tomó mucha importancia porque estaba pendiente de Alain, intentando hacerlo reír, pero ni siquiera Galia podía hacerlo, su novia bermeja que estaba de lujo, con un traje escotado rojo, haciendo brillar sus grandes senos escarchados, y con un maquillaje impecable, al rostro más hermoso que podía verse en el lugar; sus piernas torneadas hicieron voltear a muchos, incluso a Silberto Ciret, tío político de Alain, que desde lejos le picaba un ojo para felicitarlo de tan grata compañía, aunque el desgano fue el que se apoderó de Alain; ni siquiera los labios extraños de su novia lo impulsaron a la pasión, pues, sus labios inferiores eran bastante gruesos y en la inferior delgados, mezcla exótica que la haría más deseable, ¡y con esa pintura de labios rojo, todavía más! Sus piernas estaban a merced, por la costura del vestido, que, vulgar, permitía un poco más a la vista, dependiendo de la postura en la que se adecuara... Sentada ahí, y de primera en la fila, fácilmente hizo volar a más de uno.

Ya los novios estaban de regreso por el camino de rosas, amorochados, caminando para dirigirse a la limosina, que ya esperaba en la puerta. El famoso arroz viajó por el aire, hasta caer a los recién casados, en emblema de felicidad, ¡qué costumbres tan simbólicas! Un kilo de arroz desperdiciado, un plato que podría darse de comer, en vez de pensar en el divorcio, inclusive antes del matrimonio, ¡eso sí era realista! No el arroz en el suelo, desperdiciado... aunque, a ciencia cierta, tenía sentido: darle de comer a las palomas. Así pensó Alain.


 Los novios se fueron para el hotel donde esperaba la fiesta, mientras los demás buscaron rápidamente sus carros, para hacer la acostumbrada caravana de cinco corneteos continuos, “tá, tá, tatatá”, en honor a los homenajeados. Zacarías se ofreció para llevar a Alain, pero sorpresa para todos fue cuando Ramiro se adelantó con prisa, expresando: “¡el automóvil de Bartolomeo, hijo mío, ahora es tuyo!”. ¡Vaya ocasión para obsequiar algo semejante! Todos esperaron la alegría meritoria en el rostro de Justin, aunque fuera unas palabras, pero sólo agarró las llaves de las manos de su papá, le dio la espalda a todos y arrancó sin decir nada. Galia se quedó parada, alarmada por la actuación de su novio, mientras Zacarías le sacó la verdad a Lacadio, quien, irremediablemente, se lo contó. Todo estaba a la vista, a Justin no le agradó que su hermano se casara, ¡hasta ahí llegaría el cuento! Sin causas ni el porqué, aunque Zacarías ya lo sabía; los ojos de Alain ante Analiz fueron de rabia, con una envidia portentosa ante el hermano que quiso en plétora alguna vez.

Alain aferró su pie derecho en el acelerador, sin tener algún rumbo específico. Recibió varias llamadas en su celular, pero hizo caso omiso y continuó desbocando su rabia con la velocidad, sintiendo el aire que entraba por la ventanilla y el recorrer de sus lágrimas a las orejas. Una de las llamadas fue de Mairí, pero tampoco decidió en contestar. Quince minutos pasaron, y el teléfono volvió a sonar, pero lo que hizo fue lanzarlo al otro asiento. Recibió un mensaje de texto... Estaba sumamente molesto, a la vez intrigado por tanto insistir. Agarró el teléfono y leyó: “Alain, ¿por qué no me contestas? Es Mairí. Mi carro no quiere prender, por eso no llegué a la iglesia”. Alain le contestó, inmediatamente, que la iría a buscar para su casa, que llegarían juntos a la fiesta.

Los pensamientos de Justin volaron sobre sus ojos, aunque sin algún enfoque específico. Su organismo comenzó a padecer de trastornos temporales, específicamente, para el momento, de manera gustativa; sintió que la nicotina se paseó por debajo de la lengua, incitándolo terriblemente a fumar, cuando no lo acostumbraba a hacer, apenas cuando unos tragos tendría encima. Se paró en una licorería para comprar una cajetilla grande, además de un yesquero y seis cervezas. Para Alain el revoloteo del sabor de la nicotina no fue sino una apetencia, el vicio que comenzaba a latigarlo, aunque después de esa primera ocasión le llegasen más antojos, condenado a nuevos caprichos, veleidades a las que nunca se había acostumbrado. Aquellas perturbaciones no fueron más que extravíos de conciencia, de agobios tortuosos, aunque él no se diera cuenta. No supo identificar que se trataba de un trastorno, sino como una especie de inquietud, consecuencias de cómo se sentía, cuando en realidad comenzaba una terrible enfermedad.

Llegó al edificio donde vivía Mairí para tocarle el intercomunicador. Dirigiéndose al ascensor, se percató que el carro de los padres de su gran amiga no estaba. Su visión se tornó borrosa, pero seguió su camino, sin tomarle importancia, hasta que llegó frente al apartamento. Mairí había dejado la puerta abierta para que la cerrara al llegar, como siempre lo acostumbraban. Ella estaba en el baño, terminándose de maquillar. Alain esperó sólo unos instantes, hasta que estuvieron frente a frente, en la sala, para saludarse cómodamente con un beso en los labios, pequeño, sin que Mairí le apartara la pintura de los labios, y se sentaran en el sofá. Alain la vio hermosa, ¡no era para menos! Su traje sinuoso verde era espectacular; ella cruzó las piernas, a muestra de sus muslos gordos, momento que Justin aprovechó para tocarla, subiéndole un poco el vestido; se acercó a Mairí, volteándola para besarla en la espalda, a aquellos montones de pecas que la caracterizaban; luego se enredó en sus cabellos ensortijados castaños claros y la besó en el cuello. Mairí se recostó en su pecho.

Mairí: ¿en qué carro viniste?

Alain: ¡tengo nuevo carro! ¿qué te parece? A Bartolomeo se le ocurrió regalármelo.

Mairí: ¡me parece maravilloso! Imagino que tiene pensado comprarse uno nuevo.

Alain: ¿qué le has dicho a Lacadio?

Mairí: ¡la verdad! Que el carro no me quiso encender, y que tú me vendrías a buscar. ¿Cómo estuvo la ceremonia?

Alain: ¿perderemos tiempo hablando de eso? Mejor pregúntale a Lacadio cuando lo veas, así tendrán algo interesante de qué hablar.

Mairí: no estás muy contento con la noticia de la boda, ¿verdad? ¡Estás de un sarcástico!

Alain: por lo menos carro nuevo tengo.

Mairí: no podemos tardarnos mucho.

Alain: tratamos de ver lo que tenía tu carro, ¿no? A final de cuentas, no hicimos nada.

La sonrisa de Mairí se mostró pícara ante Alain, quien le pidió que se quitara el vestido, con tan sólo un gesto. Nuevamente, vio su cuerpo delgado, aquellos pequeños senos zigzagueantes, juego entre ellos, cuando Mairí se movía a petición de Justin, hacia adelante y hacia atrás; luego quedó de espalda, a glúteos también pequeños, pero inflados en demasía, saltones, a besos cautelosos de Alain, y sus manos acariciando sus piernas, su ombligo hundido. La volteó bruscamente para que ella se sentara en sus rodillas y degustara de sus senos, luego de quitarle el sostén apaciblemente; aquellos diminutos pezones rosados, como las areolas, fueron mojadas, otra vez, por la fina boca de Justin, igualmente todo el cuerpo. Alain la arrastró hasta la pared de ladrillos, quedando justamente en el marco del pasillo, ya desnudos enteramente; Mairí se agachó, dejando su pierna izquierda en el aire (tomada por las manos de Alain), para comenzar a sentir la copulación, empezar a gemir como le gustaba a su acólito sensual: “¡anda, papi, acábame!”; holganza peligrosa la de ellos, y Justin viendo el espejo al final del pasillo, a aquella mujer desnuda, a quien tomaba por los cabellos, como a una prostituta, quizás, sintiéndose el hombre más sucio, el más feliz en cuanto a descaro se refería (lo más importante fue drenar su inmensa rabia). Mairí se cansó de la posición y empujó a su hombre al mueble, acomodándose encima de él para tomar las riendas y hacer los movimientos con más rapidez; Justin chupeteó sus pezones, apretando los pequeños senos con fuerza; los mordió después, acoplándose a su cintura... hasta que Mairí llegó al orgasmo. Se quedaron acostados sobre el mueble, extasiados, pero aún Alain no llegaba al punto extremo de la relación, y Mairí se colocó de rodillas en el suelo, para hacer de la concomitancia una satisfacción mutua. Fueron, posteriormente, al baño para que Justin enrollara en su mano derecha papel higiénico y secar la lubricación emprendida, no sin antes palpar su nariz en aquella vagina imberbe, al olor placentero de un gusto fetichista, ¡tan pulcra! Con clítoris rojo y labios intactos al frenesí, sumamente finos, con tonalidades rosadas y el color carne brillante al engrase lujurioso. Alain después lavó su pene, mientras Mairí lo observaba.

Amantes eran del sexo y la desvergüenza, unísono descoco que los ajuntaba en carne, sin importarles lo que hacían, sólo complacerse tal y como lo deseaban, lo que les pedía el organismo, descuidados completamente del hecho en sí, que se figuraba perfectamente con la infidelidad. Más gusto tenía lo peligroso, el efecto del tiempo y las excusas, motivo de atónito placer entre ellos, más avidez y razones.

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Ya iban camino a la fiesta. Mairí se quitó las sandalias para juguetear con sus pies en las piernas de Alain, como tanto sabía que le gustaba, mientras hablaban, y la noche se prestaba al deseo a flor de piel, gracias a la luna llena y el reflejo que producía a las calles capitalinas, al rayado de la carretera, a las plazas repletas de personas, a las tantas parejas, que, agarrados de las manos, se disponían a ir al cine, en son de romance, o a un hotel, a son de desenfreno.

Mairí: ¿y cómo dejaste a Galia? Me pareció muy extraño que llegaras a mi casa solo, sin tu sombra. Debe estar endemoniada, imaginándose cosas. Cuando todos se percaten que llegamos juntos, ¡volarán comentarios! -su tono fue irónico, entre risas traviesas-

Alain: sabes que eso no pasará. Lacadio se tranquilizará; Galia se sentirá incómoda al principio, pero luego me agarrará sólo para ella. ¿Y por qué no te fuiste con tus padres?

Mairí: quería andar en mi carro; recuerda que mis padres siempre se van temprano de las fiestas. Tampoco quería que Lacadio se aprovechara de la ocasión para llevarme a otro lado; está insoportable, sólo dice que quiere estar conmigo, que me desea, que siempre lo rechazo, y terminamos peleando, innecesariamente.

Alain: no deberías de tratarlo así, él es un buen amigo.


Mairí: yo siempre fui clara con él desde el principio de la relación. Le dije que yo no pensaba en sexo, que se olvidara de un deseo de mi parte, que habían cosas mucho más importantes que andar acostándome con él, pero ustedes los hombres siempre exigen eso.

Alain: todavía no entiendo el porqué sigues con él.

Mairí: lo amo, pero no siento un deseo sexual. Me gusta su personalidad, que me ayude en la universidad, que nos echemos en la cama a conversar, que cocinemos, que salgamos a comer. El sexo no es lo primordial en una relación de pareja.

Alain: viven una relación amistosa, no de noviazgo.

Mairí: siento algo muy bonito por él, un sentimiento que no se ha desvanecido.

Alain: ¿únicamente lo besas?

Mairí: me acaricia por todas partes; me encanta que me erice por completo, pero hasta ahí. En algunas ocasiones me provoca que me toque por todas partes, pero me quedo en pantaletas, no vaya a querer algo más; es fascinante tenerlo encima de mí, pero sólo acariciándome, y luego quedarme acostada de espalda, de costado. El cosquilleo que me hace sentir es único.

Alain: ¡qué suplicio, un verdadero tormento, un calentamiento! Ya me imagino cómo queda el pobre.

Mairí: ¿Galia es sexual?

Alain: aparenta ser más genésica de lo que es, pero no me puedo quejar.

Mairí: ella es una mujer muy hermosa.

Alain: ¡por ahí la Potocci andaba detrás de Joaquín!

Mairí: ¿y qué fue lo que le pasó a él? No se veían mal juntos.

Alain: la dejó porque no estaba enamorado de ella.

Mairí: ¡excusa tan barata! Seguramente tiene a otra mujer.

Alain: no lo he visto con ninguna otra. Quizás quiera estar un tiempo solo, sin ataduras.

Mairí: ella está muy pendiente de Lacadio.

Alain: lo considera un buen amigo.

Mairí: no quiera Rusiana agarrar a Lacadio como su pañito de lágrimas, ¡tú sabes perfectamente lo que sucede en esas circunstancias!

Alain: no es para menos, Rusiana es una yegua, con sus poderosas razones de conquista.

Mairí: ¿por qué a ustedes les gusta una mujer tetona?

Alain: es la típica pregunta de una mujer que carece de ese atributo.

Mairí: yo estoy muy conforme con lo que tengo; si estuviera acomplejada ya me los hubiese operado desde hace tiempo.

Alain: en realidad a mí me importa poco si la mujer tiene grandes o pequeños senos, al final de cuentas terminan por caérseles.

Mairí: todavía no me has contestado lo que te pregunté.

Alain: ¡qué se yo! Será porque da más morbo, por su movimiento peculiar en la cama, porque se tiene más por donde agarrar.

Mairí: ¿por qué ustedes siempre llevan todo hacia el sexo?

Alain: a ti te encantan los hombres con glúteos grandes y no pierdes la ocasión de echar una miradita. El sexo está en el ambiente, Mairí, la sociedad se ha convertido en eso; la moda, por ejemplo, es que ustedes anden cuasi desnudas, eso es sexo, ¿o no? De nada vale que critiquen a los hombres, porque son la consecuencia absoluta en el hábito del vestir, ¡ustedes la causa! El atrevimiento, la incitación y provocación.

Mairí: a mí me encantan los tuyos, papito.

Alain: ¡no se te vaya ocurrir llegar más allá! Con el simple apretón basta y sobra. -se rieron a la par, viéndose pícaramente-

Mairí: nos vieran Lacadio y Galia conversando.

Alain: ¡a quién no vi en la iglesia fue a Amalina!

Mairí: ¡a esa bicha ni la nombres! No puede ser más estúpida. ¿No me digas que te atrae ese tipo de mujer?

Alain: ¡ni que se me regale! Es demasiado plástica para mi gusto; buena pareja hace con Zacarías.

Mairí: él no era así cuando comenzó en la universidad, más bien era sencillo, agradable, servicial.

Alain: ¿será que Zacarías está pendiente de conquistar a Amalina?

Mairí: últimamente no se separan.

Alain: Amalina es tan artificial que dejó a Cornelio porque se la pasaba más con nosotros.

Mairí: lo peor es que se muere por él. El pez siempre muere por la boca, ¿quién iba a creer que la chica popular se enamoraría de un hombre tan despilchado?

Alain: la apariencia nunca llega a nada bueno. Galia ha cambiado un poco su condición social, aunque le encanta andar llamativa.

Mairí: una cosa no tiene nada que ver con la otra; la mujer siempre tiene que estar presentable para que ustedes se den cuenta que existimos.

Alain: yo prefiero una mujer sencilla.

Mairí: hoy en día es difícil que encuentres a una así.

Alain: ¿de qué hablas?

Mairí: una mujer de su casa, que le encante estar metida en la cocina, en los quehaceres del hogar.

Alain: ¿a ti te gusta, no?

Mairí: pero me conoces perfectamente, no soy de esas mujeres hogareñas que entornan toda su vida a trapear. Ustedes los hombres quieren a una esposa ingenua, recatada, que no trabaje, que les tenga el almuerzo a la hora, y de paso que sea complaciente por las noches.

Alain: ¿será que algún día nos casaremos?

Mairí: ¡algún día será! ¿Y Anselmo?

Alain: apareció con Tahit.

Mairí: extraña relación la de ellos.

Alain: yo siempre he pensado que Tahit es lesbiana; nunca se le ha conocido novio.

Mairí: Anselmo y ella tienen un jugueteo; deben llevársela bien en la cama.

Alain: Tahit es filantrópica.

Mairí: una manera de ver la vida, simplemente.

Alain: ¡ve colocándote las sandalias! Ya casi llegamos.

Mairí: ¿por qué te molesta el matrimonio de tu hermano?

Alain: seguramente, Lacadio te contó, ¿o no?

Mairí: a ti te gustan muchas mujeres a la vez.

Alain: Analiz es muy distinta a las mujeres que conozco.

Mairí: ¿será porque tiene 28 años?

Alain: no soy un niño de pecho.
Mairí: nadie está diciendo que no hayas vivido más que Bartolomeo. -apartó los pies de Justin para ponerse las sandalias-

Alain: ella me lleva apenas seis años.

Mairí: Bartolomeo tiene estabilidad.

Alain: sí, a mí todavía me mantienen mis padres.

Mairí: ¡te afecta mucho, por lo que veo! Deberías agradecerle a tu hermano por el carro, ¡eso no pasa todos los días!

Alain: un carro se compra con dinero, a una mujer no.

Mairí: ¿quién te ha dicho que Analiz está enamorada?

Alain: es de suponer, ¿no?

Mairí: Analiz conoció a Bartolomeo en el trabajo. Una mujer conoce lo que tiene y no tiene un hombre.

Alain: ¿qué hipótesis te pasa por la cabeza?

Mairí: un hombre serio, respetable, con dinero suficiente para hacer una familia estable, y además no es tan feo. Para cualquier mujer Bartolomeo es un tremendo partido.

Alain: Analiz no es así. Ella es dulce, frágil y muy sencilla en personalidad.

Mairí: podrás decir que es delicada y humilde, pero es fina. Ella siempre vivió en el este, en un caserón donde cualquiera podría perderse. No va a salir de su casa sin tener techo propio y a la altura de su crianza.

Alain: muchos habrán retozado con su entrepierna.

Mairí: pero sólo un hombre podía brindarle lo que ella estaba acostumbrada. ¿Tu hermano compró una casa, no?

Alain: sí.

Mairí: y me imagino que ella estuvo de pies y cabeza acomodándola, además de hacer los preparativos de la boda. De lejos se le nota que es oportunista.

Alain: ¡basta, Analiz no es una mujer escaladora!

Mairí: quizás tengas razón al pensar que es tierna, pero te contradices al decir que le ha abierto las piernas a muchos.

Alain: no me consta, sólo lo decía por la edad. ¿Cuándo perdiste la virginidad?

Mairí: a los dieciséis, en la primera borrachera que agarré; estaba en la playa con unos amigos del bachillerato. Te lo he dicho miles de veces, Alain.

Alain: ¿será que alguna mujer puede llegar virgen al matrimonio?

Mairí: sí, alguna que tenga un trauma terrible que le impida tener sexo, o sencillamente una mujer asexual.

Alain: en cualquier momento una mujer se echa al vacío; detesto que el mundo se haya convertido en una cochinada, que las mujeres sean presa fácil por unas simples palabras bonitas, por un gusto, una simple atracción.

Mairí: a ustedes les gusta una mujer así, pero odian que la novia tenga un pasado.

Alain: a mí no me importa lo que haya vivido Galia.

Mairí: tú la tienes como un adorno, como un maniquí al que todos ven. Te enorgullece tener una novia como ella, con un cuerpo reluciente. Si la amaras, no permitieras que andara casi desnuda por ahí.

Alain: es machista el que ve a todas las mujeres, y que su novia ande con cuello de tortuga.

Mairí: a Lacadio no le gusta que yo ande con faldas cortas, con escotes exagerados.

Alain: algo irónico, pues yo te admiro completamente desnuda.
Mairí: pero él no lo sabe. El jura que me tiene la vida manejada, y con razón, porque me visto como él quiere, ando con la gente que él desea y no salgo a ninguna parte sin su consentimiento.

Alain: confía en ti, ese es el problema. Él está tranquilo porque no serías incapaz de faltarle.

Mairí: y no le falto, porque perfectamente sabe que tú y yo somos amigos.

Las mesas con manteles blancos adornaron el amplio salón de fiesta, entre la tenuidad y las luces de la discoteca. Ya había comenzado el festejo. Las familias protagonistas estaban reunidas en una mesa: Fréderick, Altagracia, Ramiro, Antonia, Hilahy, Angelina, Azuel, Silberto, Juliana, además de los padrinos Yolanda y Marzuck, felices porque todo había salido estupendamente, mientras el grupo universitario se acomodaba muy cerca: Zacarías, Amalina, Cornelio, Joaquín, Anselmo, Tahit, Edwin, Harol, Lacadio, Rusiana, y Galia, quienes discutían por un trabajo pendiente de la universidad. Los demás invitados gozaban del ambiente, del buen whisky y la comida que iba y venía a trvés de los mesoneros. Los novios paseaban por cada mesa, conversando con sus invitados, antes que el reloj marcara la media noche e hicieran el baile típico, con desnude de pierna y liguero, a ver quién se lo ganaba y lo conservara, además de llevarse el presagio como próximo a casarse.

Alain y Mairí aparecieron como típicos fantasmas, con sonrisas en sus rostros, acomodándose frescamente en su respectivo lugar, Mairí junto a su novio Lacadio, y Alain junto a Galia. Todos comenzaron a bromear por la circunstancia, Cornelio preguntando a burla si venían de un hotel, Joaquín que si se habían accidentado, Edwin que si se habían perdido y hasta Rusiana se atrevió a decir que eran unos descarados por hacer sus fechorías frente a todos; desde luego, era el chiste del momento, pero Galia besó a su novio, deliberadamente, para cortar cualquier otro comentario. Prontamente, los chicos invitaron a bailar a las bellas señoritas de trajes elegantes, aunque Alain no hizo más que vigilar a su hermano, detallar cada movimiento, a ver si dejaba sola a Analiz por un momento, pero no se dio la ocasión para abordarla, mucho menos para invitarla a bailar, pues, los recién casados estaban pendiente única y exclusivamente de conversar con sus invitados, de contar anécdotas de la casa, de los preparativos, por esa razón Justin ni se atrevió a asomarse por la mesa de los Seboyano, además no quería un nuevo sermón de Ramiro, por su acto inmaduro al agarrar las llaves del carro y perderse sin alguna explicación.

Anselmo invitó a bailar a Tahit, Joaquín a Rusiana y Zacarías a Amalina, mientras Edwin, Harol y Cornelio se perdieron de vista. Galia le suplicó a su novio que quería bailar, pero sólo encontró negativas; ella no entendió el porqué Alain no disfrutaba de la fiesta, más bien notó que la molestia fue su única condición. Le dijo que olvidara el motivo de su disgusto, si es que tenía algún fundamento de peso. Para Galia fue una simple retrechería, sin conocimiento de causa. Después de tanto insistir, Lacadio decidió invitarla a bailar, quedando Mairí y Justin solos en la mesa. Dos tragos de whisky sirvió Alain, para brindar sin motivos con su amiga, además encendió un cigarrillo.

Mairí: nuevamente solos, papito. -le dijo, en la pata de la oreja-

Alain: ¿tú le has contado a Tahit de nosotros?

Mairí: podrá ser muy amiga mía, pero no le cuento ese tipo de intimidades. Imagino que se lo sospecha; de tonta no tiene nada.

Alain: te invitaría a bailar, pero sería la imprudencia más grande que podríamos cometer.

Mairí: ¿por qué brindaremos?

Alain: será por el momento.

Mairí: no dejas de ver a Bartolomeo.

Alain: quisiera bailar con Analiz.

Cornelio: ¿por qué tan solitos? -apareció de pronto, sentándose al lado de Mairí, para servirse un trago de whisky- Si no tuvieran a sus parejas en la fiesta, los invitaría para afuera; hay tres chicas solas conversando cerca de la recepción de fotos.

Mairí: ¿y qué se supone que haría yo con ustedes?

Cornelio: un buen gancho; tú te les acercas, conversas con ellas y luego nos la presentas.

Mairí: ¡muy bonito te quedó!

Cornelio: ¿por qué no bailan?

Alain: por ahora no queremos.

Cornelio: las chicas son de otra fiesta, creo. Se escuchan unos tambores en la parte de arriba. ¡Harol, Edwin y yo nos acercaremos!

Mairí: ya me imagino. Si llegan a conocer a las chicas no los veremos más.

Cornelio: aquí no haremos nada. Todos ustedes andan emparejados; ¡les serviremos sólo de lámparas!

Alain: aquí tienes a Amalina solita, ¿no?

Cornelio: para estar peleando con ella, prefiero conocer a una nueva chica, además Zacarías anda tras ella.

Alain: ¿ya no sientes nada?

Cornelio: me atrae mucho, demasiado, diría yo, pero siempre es lo mismo. Salimos una noche, la pasamos bien, nos decimos lo que sentimos, y al siguiente día ella anda como si nada, con Francia y Fedora, obviándome por completo. Yo no voy a andar con ese par de sifrinas locas, por muy buenas que estén.

Mairí: antes las soportabas.

Cornelio: el nivel de tolerancia llegó al límite. Ya Amalina hacía conmigo lo que le daba la gana, ni siquiera podía estar con Edwin por ahí. Siempre la complacía en todo, iba para donde ella quisiera, ¡hasta disponía cómo me tenía que vestir! Ya era suficiente.

Alain: tú conoces muy bien al perro de Zacarías, anda pendiente sólo de tirarse a las tipas, ¿no te importa?

Cornelio: sé que es un patán, pero no puedo exigirle nada, ni a él ni a Amalina, porque simplemente ella y yo no tenemos nada. Además, esa vagina es de ella, no mía.

Mairí: me perdonas, pero por respeto a la amistad que han tenido, él debería esperar, aunque sea, cierto tiempo. No puede ser posible que uno de ustedes deje a la novia, cuando otro ya está en planes de conquista.

Cornelio: el mundo se maneja así.

Mairí. ¿es decir que si Lacadio y yo terminamos, uno de ustedes querrá llevarme a la cama en la primera cita?

Cornelio: ¡uy, qué tajante!

Mairí: ustedes sólo piensan en eso.

Cornelio: las mujeres en la actualidad son peores que nosotros. Siempre andan buscando lo que no se les ha perdido, o peor aún, encuentran lo que andan buscando. ¡Las mujeres putean por todos lados! Ya me voy, ¡nos vemos luego!

Mairí: sí, seguro.

Y así pasaron las horas de la noche. Los vasos con whisky por todos lados, los pies al ritmo de la música, las conversaciones a anécdotas de la vida, el humo del cigarrillo en el ambiente, los pasapalos pasando por las mesas, y los recién casados felices como nunca. Los tres millones de bolívares destinados a la fiesta se hicieron valer, o más bien se diluyeron en las palabras de los invitados, aprovechando al máximo las bebidas y comidas, sobre todo el rosbif, el paredón de quesos y la mesa de chocolates. La novia había gastado cinco millones en el vestido para lucirlo en una noche, y luego meterlo en una caja, sin olvidar, desde luego, el recuerdo de las fotos. Pero, el dinero fue lo de menos para aquella situación única en la vida, además corría por cuenta de los Seboyano Crupp, mientras Bartolomeo con el alquiler del salón, las comidas y bebidas. Una noche inolvidable se había acomodado en el amplio lugar, y los pasajes para Aruba esperaban dentro del traje de Bartolomeo, quien ya estaba ansioso por llevarse a Analiz y pasar la gran noche de bodas, en una de las habitaciones del mismo hotel.

El baile comenzó más temprano de lo normal, con el respectivo brindis y el acomodo de las personas en círculo. Los novios empezaron la trazada sobre el suelo negro brillante, besándose en los labios, a los aplausos de sus invitados; Analiz pasó luego a sus padres, los suegros, los padrinos, el cortejo y el resto de los familiares, entre ellos Justin, quien ansioso estaba por dar unos pasos junto al cuerpo de Analiz; nuevamente, frotó la espalda pecosa de su cuñada, ajuntándose a sus cachetes para decirle al oído que lucía hermosa, que quería ser un buen amigo para ella, más que un simple cuñado; Mairí se sonrió de lejos por el acto impropio e inoportuno de su amigo, aunque con un gesto asustado, pues su pecho, su instinto, le dijo que el hecho no iba a terminar allí; Mairí volteó a su izquierda, donde estaba Bartolomeo, bailando con Hilahy, notando en él cierta curiosidad por el acercamiento de su hermano a Analiz; a él le pareció estupendo que Alain se la llevara bien con su esposa, que quisiera tener una buena relación con ella. A Lacadio se le ocurrió bailar con Analiz, pero Justin lo apartó y continuó junto a la homenajeada; Mairí y Lacadio se vieron las caras, preocupados, por si a Alain se le antojaba cometer alguna imprudencia, pero no pasaría mucho rato para que Bartolomeo la tomara y concluyera el baile.

Un mesonero dejó una silla en medio de la pista para que Analiz se sentara y subiera su vestido hasta los muslos, a festejo del liguero. Bartolomeo se arrodilló frente a ella para quitárselo con los dientes, en una acción alegre y bulliciosa para el público, para muchos un gran motivo de vista, pues las piernas de la recién casada lucían sumamente hermosas. Alain prefirió ir a servirse un trago, sentarse solo en la mesa y encender un cigarrillo, esperando que Analiz se levantara y lanzara el liguero, a ver si tenía suerte de conservarlo, de tener, aunque fuera, parte de su olor.

Analiz ya estaba de espalda para lanzar el liguero, y Alain aún no se había levantado. Dejó el cigarrillo en la cenicera y el vaso en la mesa, para adoptar una posición bastante peculiar, como en una carrera de atletismo; nadie se esperaba un suceso cómico en un momento tan importante, pero así sucedió. Mairí vio todo en cámara lenta, desde que Justin arrancó desde el suelo, hasta el brinco que dio para atrapar el premio tan anhelado; su velocidad lo llevó a arrojarse en el piso, aparatosamente, levantando, finalmente, la mano y mostrar su hazaña, cual pelotero. Bartolomeo no hizo más que reírse y destacar el hecho como el momento de la noche. Galia y Lacadio lo levantaron, mientras Analiz subía una de sus cejas, pareciéndole más bien una niñería, pero aceptó cómodamente la circunstancia... “¡Y un beso de la novia para mí, al hombre que ha hecho reír a toda esta gente!”, gritó Alain, volando a los brazos de Analiz; se atrevió a decirle en el oído: “dormiré a cada noche con tu olor”. Se apartó velozmente de ella para llevarse a Rusiana a la pista de baile, no sin antes guardar en su bolsillo el liguero.

Analiz y Bartolomeo ya se habían escapado de la fiesta. La velada continuaba al ritmo de la música, ya con el licor haciendo su efecto; las parejas de baile se intercalaban, aunque Zacarías y Amalina no se despegaron, incluso se habían besado afuera del salón, consecuencia del alejamiento de Cornelio para ella, y la facilidad que tenía Zacarías en sus planes de conquista. Galia se sintió feliz porque su novio ya no estaba de mal humor, porque se acercó a ella con dulzura para invitarla a bailar. Alain se sintió diferente, producto del alcohol, quizás, a una sensación nueva para él, como había sido el sabor de la nicotina debajo de su lengua. Justin sólo se enfocó en su novia, pues, a los demás los veía borrosamente, como si le hubiesen tapado con creyón... ¡Vio a Galia como a una caricatura! Con sus cabellos amarillos, como un pollito, fosforescentes y atosigantes a sus ojos adormilados. Sintió los párpados pesados, y la experiencia como una situación irreal, con un mundo que fácilmente podía manejar, pese a la gran sorpresa que sentió. El corazón quiso salírsele por el gran susto que le ocasionó el acontecimiento. Se rió para sí, pues, le fue imposible creer que era un simple cuerpo trazado a lápiz, todo en blanco y negro. Dejó de reírse, al verse las manos; sus uñas se delineaban a un grafito difuso y sus manos carecían de color y textura; eran unas simples rallas que las enmarcaban, como si las hubiese dejado encima de una hoja y pasara el lápiz por los bordes. Alain sintió una fuerte energía, que lo cubría por completo, impidiéndole ver alguna otra figura; percibió un olor de fresa fortísimo, para luego sentirlo entre sus labios, ¡la boca de Galia! Su mano izquierda tocó el seno izquierdo de su novia, mientras la derecha se posó en la costilla del otro lado; notó que Galia tenía los ojos cerrados; Justin sabía lo que ella estaba esperando que le dijera, que su amado la invitara a algún lado, ¡qué afán! Ahora leía la mente, pensó.

Después de aquel beso húmedo, todo siguió igual. No hubo cambios de ningún aspecto, sólo llevó a Galia a donde ella quería, leyendo sus pensamientos, sus deseos, tan fácil como abrir un libro y averiguar las historias que por dentro se esconden.

Todo comenzó así, con un mal sueño. Alain despertó en una cama distinta, envuelto en sábanas rojas, sudando excesivamente, y con el frío de los pies de Galia en sus pantorrillas. Se levantó de golpe, viendo hacia los lados desesperadamente, agarrándose de las paredes, caminando por la habitación, tratando de responder cómo había llegado a aquel lugar, pues lo último que recordó fue cuando bailaba con Rusiana. Se acercó a la cama para desarropar a Galia hasta el ombligo, dándose cuenta que estaba desnuda, como él, a aquellos senos grandes de pezones aplanados diminutos y areolas gigantes; dejó de verla para ir al baño, todavía alterado, tratando de recordar, pero no lo logró... El olor de fresa estaba entre diente y diente, en sus manos una resina aromática, definitivamente la sustancia viscosa de la lubricación vaginal de su novia, la que reconocería a distancia. Se asomó por el marco para verla y reírse, sin ganas, para regresar al lavamanos y tratar de olvidar lo que había pasado; lo único que esperaba era que Galia no hubiese quedado embarazada, pues, si no se recordaba de nada, lo más probable es que no había eyaculado afuera, como lo hacía siempre.

Regresó a la cama para acariciar el cabello rubio de su novia. Llegó a su cabeza un nombre, inexplicablemente, de una voz aguda: “Mujer y niño en el parque”. Supo que Bartolomeo fue sumamente feliz, antes que él naciera; Altagracia lo llevaba siempre a un parque todas las tardes, a vista de pequeños árboles verdosos, con paredes de piedras y pájaros de colores sobre las ramas, Altagracia siempre con su sombrero de pluma roja, sin dejar de agarrar a Bartolomeo... ¿qué edad tendría el desgraciado? Entre siete y ocho años; la madre feliz estaba. En esa especial ocasión le dijo a su único hijo que iba a tener a un hermanito, ¡cómo brincaba el condenado! Feliz, haciendo revolotear las palomas a la que le daba maiz, dando vueltas en el parque, mientras Altagracia todavía lucía delgada, con su traje entero azul obscuro, sin un centímetro de barriga, sentada en uno de los bancos de cemento, con la única alegría de parir y ver a sus hijos jugar juntos en el parque.

Por esa razón, Alain siempre detestó el bendito jardín. Mataba las tórtolas para cocinarlas y comérselas, con apenas siete años, y Bartolomeo llorando, como si tuviera menor edad que Justin, cuando en realidad iba a cumplir los quince años de edad. Alain se sonrió, desconociendo cómo podía recordar semejante situación, o quién se lo había dicho... sólo voló, pensó él... Dejó de acariciar el cabello de Galia para levantarse y vestirse, ausente de imágenes en su cabeza... Sólo tocó los pezones de su novia para despertarla.

Se fueron de la habitación sin palabra alguna, sin darse siquiera un beso de buenos días, o un abrazo de Galia por haberla invitado a aquel lugar, hotel de lujo, además. ¿Qué habría pasado esa noche? Dos cuerpos desnudos haciendo el amor, o tener sexo, simplemente... Lágrimas se quitó Galia, sin que Alain se diera cuenta; él sólo esperó llegar a casa y darse una buena ducha.

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                            II

Dormir fue la única salida que tuvo Justin para no pensar en Analiz. En una inmensa hilaridad de vítores vivió, simples sueños de ser cantante, de montarse en una tarima y causar al público alborozo, gritos y aplausos ante él para que siguiera cantando; otro de sus sueños fue morder los pechos con fiereza de una mujer, darle golpes en las nalgas, jalarle los cabellos y arrastrarla por el piso, para que viniera ella luego a decirle que lo amaba, con una clemencia que satisfacía sus necesidades de macho vernáculo. Era una chica de cabello largo liso castaño claro, delgada, senos no tan grandes, pero bien acoplados a su vestido negro entero, paraditos, además de ser blanca refinada, con una dulzura muy particular. Continuó soñando con la chica, estructurándola aún más; ella era espontánea, simpática, con un rostro angelical. Estaban caminando en la universidad, sonrientes los dos, bajo una energía enamoradiza. Justin aprovechó la ocasión para besarla, al momento en que la consolaba, por una situación desconocida, lágrimas que le prensaba el corazón; la chica se quedó en su pecho, diciéndole que un gran amigo le había dicho que él era homosexual. El hombre apareció de pronto, al otro lado de Alain, confesando que había sido una excusa, una pequeña artimaña para que ella no sufriera más por él, pues pensaba que nunca se iba a fijar en ella; los tres eran inseparables amigos, supuestamente... La chica salió corriendo, y el otro hombre también, dejándolo solo, al lado de las escaleras donde siempre subía a clases. Fue un sueño que consideró más real de lo habitual. Pero, la historia no acabaría ahí, pues la dulce mujer apareció de nuevo, ahora buscándola por cada rincón de la universidad, aunque sin lograrlo. El último sueño fue doloroso; se encontraba en un restaurante con su familia y Galia, cuando vio a la mujer parada cerca de la mesa, aferrada a una de las barandas de madera, local a la intemperie, con un rostro entristecido, desesperada porque no encontraba salida a su dolor, quizás por el abandono de un hombre; la buscó locamente, pero cuando él estaba en la planta de arriba, ella estaba en la de abajo, cuando él estaba en un pasillo, ella estaba en otro, pero siempre la veía en el sueño, en un plano general que lo atormentaba, porque lo veía como a tráves de una película... “¿Quién eres, dime aunque sea, quién eres?”, preguntó, pero la chica no le respondió; fue como si Alain le hiciese la pregunta a un televisor. Justin sintió rabia y desconsuelo por no tener la oportunidad de hablar con ella, después de aquel beso tan sentido e inolvidable, ese que recordaba fuertemente, que se quedaba en sus labios a sensación sarcástica, sin algún motivo que se pudiera explicar.

Justin agarró un ascensor, con puertas de madera, de bombillos amarillos y rojos, sin algún tipo de botón que le especificara el piso. El traslado le pareció normal, a disfrute de un momento diferente, un sueño diferente que lo apartara de aquella delgada chica desconocida. Cuando se abrió la puerta, detalló que era una especie de sótano, con las mismas luces rojas del ascensor, pero llameadas, como fuego artificial; salió del ascensor, sin saber dónde se encontraba y por qué. Dio unos cuantos pasos, cuando apareció un hombre mayor, desnudo, más o menos arrugado, nariz grande y dos grandes alas que le salían por la espalda, divididas en varias partes. Percibió en él una sonrisa mordaz, aunque a la vez grata. Alain sólo le preguntó si era una especie de ángel, un espíritu celestial que habría aparecido para ayudarlo, ¿o es que había muerto sin darse cuenta? Indudablemente, no era el Paraíso, ¿sería el infierno? El hombre se quedó escuhando las interpretaciones de Alain con gracia, para callarlo luego con su mano izquierda, que se desplazó con luminosidad hasta él, y refulgía por todo el lugar, a una estela sobrenatural que le encantó a Justin. “Muy pocos logran llegar hasta aquí; deberías de agradecer tu suerte”, pronunció el hombre. Alain le preguntó de qué se trataba aquello, que él no había pedido ir hasta allá, que si él era Satanás, aunque luego lo dudó, porque la voz era muy apacible, muy fina para tratarse de alguien con malas intenciones. Sólo tenía gran estatura. “¿El Diablo con alas?”, preguntó irónicamente el hombre, resaltándole que no era satán, aunque sí sobrino de la muerte. Alain quedó igual o peor que antes, girando su cuello para todos lados, a ver si podía percibir alguna situación normal, algún invididuo que estuviera a la par con él, pero no logró ver nada, sólo al hombre alto de cabello corto, además del ambiente extraño. La luz se mantuvo rojiza, como si un fuerte rayo ruboroso se apoderara del lugar, ¡y un techo altísimo, sin que se lograra ver de qué material estaba hecho! De madera, quizás... “¿Sobrino de la muerte? Ahora falta que me diga que su papá es la enfermedad”, murmuró en voz alta, para que aquel hombre otorgado de alas le dijera con molestia en sus palabras: “mi padre es la divinidad del sueño”. Alain suspiró hondamente y contestó, burlescamente: “¡ah, estoy soñando, qué alivio! Ya lo sabía -se rió- Es decir que usted es el sucesor de la somnolencia, ¿no?”. El alado se molestó porque Justin aún no descubría su nombre, porque no percibió ningún tipo de miedo ante él, ni siquiera curiosidad por saber su nombre... “¡Muchacho bruto, ignorante, inculto de los incultos! ¡soy Morfeo!”, dijo tajante. El hombre alzó su mano, luego que Alain no denotara ninguna sorpresa, para preguntarle, ya sin ganas, si quería que le hiciera un recorrido por el lugar, si anhelaba conocer alguna deidad que le llamara la atención.

Alain: ¿alguna omnipotencia que me haya interesado? Nunca me sentí atraído por el tema, aunque podría preguntarle: ¿quién es esa chica con la que he estado soñando?

Morfeo: todo a su debido tiempo.

Alain: es lo único que quisiera saber.

Morfeo: es la primera vez que un mortal viene para acá y no le interesa conocer a nadie.

Alain: ¿un mortal? ¡Ahora sí me cayó el agua fría encima!

Morfeo: todavía no acabas por entender.

Alain: ¿a quiénes piden conocer?

Morfeo: la mayoría de los hombres piden ver a Eva, a Afrodita o alguna de las Nereidas. Las mujeres siempre solicitan ver a Adonis, a Eros o a Ganímedes.

Alain: ¿dónde estamos?

Morfeo: ¡qué impertinencia la tuya! ¿Querrás ver a alguien? -agitó sus manos con fuerza, ya sin luz-

Alain: ¿es cierto que a Eva la formó Dios por una costilla de Adán?

Morfeo: de ella procede el género humano, es lo único importante.

Alain: entonces querer verla significaría pedir ver a mi madre.
Morfeo: no creo que pienses eso después que la veas. ¿Afrodita?

Alain: tengo entendido que es la Diosa del amor y la belleza.

Morfeo: sí, brotó prodigiosamente del hervor marino.

Alain: fue la madre de Eros, por lo que sé.

Morfeo: sí, fue esposa de Hefestos, distribuidor del fuego. Él fue hijo de Zeus. Su padre lo lanzó del Olimpo, agarrándolo de un pie; luego de ese suceso, Hefestos quedó mal de las dos piernas. Él fue reconocido en Roma como Vulcano, Dios del fuego, hijo de Júpiter y Juno.

Alain: sinceramente, no me interesa saber ni conocer a nadie. ¿Puedes regresarme, verdad?

Morfeo: ¿en realidad deseas eso? Disfruta el momento que vives ahora.

Alain: conocer a esas Diosas sería un problema, no vayan sus maridos a echarme un maleficio.

Morfeo: muy acorde tu interpretación.

Alain: hay algo que no entiendo, ¿su papá fue Júpiter o Zeus?

Morfeo: Vulcano es el Dios que corresponde al Hefestos de los griegos, pero no te preocupes por eso, se trata del mismo sujeto.

Alain: ¿y quién fue Zeus?

Morfeo: el Dios superior del Olimpo, hijo y adepto de Cronos. En pocas palabras, es la ley y quien mantiene el orden espacial, pero está sujeto a Hado, personaje que él mismo engendró. Zeus fue salvado por su madre Rea de la intemperancia de su padre, pues, mientras Rea tenía a sus hijos, Cronos se los iba comiendo, por temor a que lo mutilaran, como lo hizo él con su padre Urano, representación del cielo; la madre salvó a Zeus escondiéndolo, y a su esposo le dio una piedra envuelta en pañales para que se lo comiera. Zeus creció y obligó a su padre a restituir a sus hermanos.

Alain: supongo que Zeus ganó muchas batallas. 

Morfeo: en efecto, Zeus tuvo continuas victorias que lo consideraron el primero de los dioses, el Dios del Cielo, y sus amores con mujeres mortales fue razón suficiente para la unión de los griegos, una característica importante que lo adecúa como un hombre respetable.

Alain: ¿y cuál es la historia que corresponde a Júpiter?

Morfeo: para los romanos es el padre de los dioses. Júpiter luchó y doblegó a los titanes, hijos de Gea y Urano, quienes se declararon ir en contra de los dioses; ellos quisieron llegar al cielo ajuntando las montañas, unas arriba de otras, pero acabó con la intención al derrumbarlos; Júpiter abatió a su padre Saturno, y es el mismo Dios del Cielo, aunque se le cataloga como Dios de la luz matinal, del Tiempo y los Rayos. Júpiter es quien lleva la protección entre los demás dioses, siempre en su aposento de bronce. Saturno es el Dios de la agricultura, y luego del destrono de su hijo, hizo brotar la paz y la abundancia, la profusión. Su reinado se catalogó como la Edad de Oro.

Alain: a final de cuentas Zeus es el mismo Júpiter. ¿Y Juno fue Diosa de qué?

Morfeo: es protectora de la mujer y el matrimonio. Es Hera, la esencial figura femenina del Olimpo, de dorado trono, protectora también de los nacimientos, y tercera esposa de Zeus. -se le iluminaron los ojos al trascurso de sus palabras, demostrando excesiva emoción por el tema, o excelso fanatismo-

Alain: ¿ya me puedes mandar de regreso? -estaba aburrido por aquella conversa mitológica, la que nunca le interesó-

Morfeo: los apuros no son consonantes con la perfección.

Alain: ¿es decir que Hera fue una de las hermanas rescatadas, y se casó con su propio hermano?

Morfeo: ¡así es! Y es madre de Hefestos y Hebe, soberana de la juventud, quien sirvió el elixir de los dioses del Olimpo.

Alain: me llamaba la atención ese nombre, ¡quizás me ayude con Analiz!

Morfeo: tu hermano ya se casó. Ella ayudaría a Bartolomeo, no a ti. Juno es de armas tomar, tanto, que se atreve a reclamarle a su esposo Júpiter, pero después de sus palabras, temiéndole, termina consolada por Hefestos.

Alain: ¿a quién tengo que recurrir entonces? ¿a Cupido?

Morfeo: si Analiz está enamorada de tu hermano, no. Recuerda que Cupido es el Dios del amor y protege a quienes están enamorados.

Alain: ¿Y Eros es el mismo Cupido?

Morfeo: Eros es el Dios de amor. Primariamente, perteneció a la deidad creadora, uno de los fundamentos esenciales del mundo. Siempre fue el más jovencito de los dioses, pero su poderío supera a los hombres, como a dioses supuestamente superiores.

Alain: ¿hijo de Venus?

Morfeo: Sí. Como Cupido, siempre acompañado de ella, como de Adonis, Hércules y Dioniso; indudablemente también de Afrodita, a quien siempre acompaña y es sumamente amigo.

Alain: conoces mi historia. Serás tú el que me va a ayudar, ¿no?

Morfeo: aquí todos conocen los historiales terrenales. Yo solamente soy el guía.

Alain: ¿qué hago aquí?

Morfeo: todas las respuestas están en tus pensamientos, sólo encuéntralas. El sueño es un mundo donde cualquier ser que vivió, vuelve a resucitar; es un edén de oportunidades, pero debes saber escoger a quién le pides ayuda, y no puedes ofender ni irrespetar a tus superiores. Puedes quedarte aquí cuanto desees, pero debes controlar el tiempo que corresponde a tu realidad. Muchas personas que llegan a este lugar difícilmente pueden regresar a sus cuerpos, porque es un sueño profundo; con un simple parpadeo no despertarás.

Morfeo comenzó a caminar, o más bien a flotar al ras del suelo, mientras Justin se quedó tras él, viendo sus dos alas lumínicas, divididas tres a la izquierda y dos a la derecha, quedándose intrigado de por qué le sobraba una, o le faltaba. Caminó sobre una alfombra roja, detallando aquel lugar inmenso, con paredes de plástico que separaban los sectores; fue como entrar a una gran empresa, pero más parecida a la ficción que a la realidad. Alain se asustó porque se alejó del ascensor que lo iba a regresar a su estado natural, pero le pareció apasionante sentir lo que veía, (a pesar de no gustarle el tema y querer despertar), las alas pegadas a la espalda de Morfeo, sus movimientos resplandecientes de las manos y la quietud de sus pies al caminar; simplemente se sostenía en el aire, sólo la punta de una de sus alas estaba en movimiento. Morfeo le mostró los pasillos, aquellos cubículos rojizos aparentemente normales, donde habían muebles, espejos, sillas, escritorios, aunque con personajes fantásticos, enteramente desnudos, unos con alas, otros con rostro malvado, penetrante, causantes de miedo y horror, mientras otros simplemente dormían en camas pequeñas, en muebles de cuero y hasta parados, como si fueran loros.

Morfeo hizo entrar a Justin a uno de los sectores, indicándole que allí era donde se fabricaban los rayos de Zeus y las distintas armas de los dioses. Ciertamente, para Alain era una especie de taller, aunque las maquinarias eran enormes, y los ayudantes muy particulares, con un tamaño exagerado, monstruoso y anómalo, con el rostro arrugado en su plenitud: nariz esquelética, gestos endemoniados, con malas intenciones a flote, y con un ojo en medio de la frente. A Justin le dio grima verlos tan cerca, con aquella brusquedad y violencia que los caracterizaba, aunque se le erizaron los cabellos fue por los gritos de un hombre, quien amenazaba a aquellos cíclopes con un látigo, quien juraba echarlos en el fuego vivos si no terminaban en su debido tiempo; Morfeo prefirió salir de aquel lugar, diciéndole a Alain: “a Hefestos nunca hay que molestarlo cuando está en su trabajo”. Siguió el recorrido, pareciéndole a Justin lo más extraño que pudo haberse imaginado, ¿en realidad estaba soñando? Eran muy reales las circunstancias, los sentimientos que se afloraban en aquel lugar, el miedo atroz, la alegría mezclada con la incertidumbre, y hasta la esperanza con el motivo de una posible muerte... (ya se había alejado del ascensor).

Cruzaron una puerta enorme. Se encontró con más pasillos, a una tranquilidad suprema, que perforó en los poros, haciéndolos erizar. Morfeo entró a otro salón, luego de una larga caminata. Allí sólo había pinturas, bajo una insonoridad inquietante, mucho más penetrante que en el corredor.

Alain: ¿acaso es un museo? ¿Una exposición vulgar y corriente? -murmuró para sí que no había pegado una. Primero, porque se había aguantado el tema mitológico, y segundo, ver una exposición de pintura. Eran las dos únicas cosas que nunca le había interesado, lo que más detestaba-

Morfeo: aquí tienes para escoger a quién deseas conocer.

Alain: ¿es un juego, verdad?

Morfeo: todo está en tu mente.

El silencio sirvió para que Alain viera el primer cuadro, de izquierda a derecha, y se sorprendiera, al punto de quedar arrodillado ante el cuadro. “Mujer y niño en el parque”, leyó, llorando de rabia ante aquellas pinceladas, recordando amargamente a su hermano Bertolomeo. Giró hasta Morfeo, de rodillas, para mirarlo con un toque de enfado, aunque más bien con morbo, como preguntándole qué se traía entre manos, y el porqué ese cuadro estaba allí.

Morfeo: es un trabajo espectacular que parte del conocimiento visual, creando, de esa manera, luminosidad y un límpido color.

Alain: ¿me has traído para acá para ver unos cuadros? Tú fuiste el que me habló en el hotel. Mencionaste éste cuadro cuando estaba con Galia. ¿Quién eres en realidad, para llegar a mi mente y volverme loco?
 
Morfeo: no son cuadros cualquiera, por ejemplo, ese que vez, es del alemán August Macke. A su lado tienes a: “La Familia”, en un detalle de los frescos en la Diputación de Barcelona, cuadro del pintor y escritor uruguayo Joaquín Torres García, hombre que transformó el ambiente artístico de su país.

Alain: ¿no me piensas responder?

Morfeo: fue un simple acercamiento -Justin apretó los ojos, queriendo despertar, pero fue imposible-

Alain: ¿los Dioses coleccionan cuadros de mortales?

Morfeo: cada personaje que nos acompaña en este lugar tiene un espacio, por ejemplo, Eva y Afrodita, ellas viven dentro del arte y cuando necesiten o deseen salir, se materializan. Es una manera de honrar a los grandes artistas de la pintura y buscarle un hogar alegre a todos los personajes que han servido para el mundo. No te sorprendas cuando veas una amplia foto de una escultura, pues, es otra manera de existir; se materializan cuando desean salir.

Alain: ¿qué figura representativa tiene: “Mujer y niño en el parque”? No veo algún tipo de Diosa o representación mitológica. -empezó a desconfiar de aquel Dios, pues, sabía que había entrado en su conciencia... ¿en el vientre de su madre? Le pareció inaudito-

Morfeo: simplemente, es un cuadro que me gusta.

Alain: yo lo relaciono con mi madre y mi hermano, en el jardín cercano a mi casa, y por lo visto, tú lo sabes muy bien, ¿verdad? ¿Qué me tienes que decir al respecto?

Morfeo: cada quien le da la interpretación que desee, esa es la magia de cualquier buena pintura. Es como vivir un sueño; cada paisaje, cada personaje vive en carne propia dentro de los matices del arte.

Alain se levantó para continuar viendo aquella galería, sin creerle a aquel hombre con alas que las figuras que estaban allí podían hacerse humanas, y mucho menos que aquel cuadro era de su agrado, ¡era simple excusa!

Morfeo se acercó a Justin para explicarle cada cuadro, señalando con su dedo índice alumbrado sobre la pintura. Llegaron frente a: “Venus con el amor y la música”, de Vecellio Tiziano, describiendo que era la misma Afrodita, madre de Cupido, quien también estaba en el cuadro. La mente de Justin se llenó de cuentos, de anécdotas que le contó Morfeo, quien no paró de hablar; Venus resultaba ser la misma Afrodita. Había amado a Anquises, haciéndose mortal. En esa relación concibió a Eneas, quien sería un príncipe troyano, combatiente contra los griegos durante Troya; posteriormente, se quedaría en Italia; Anquises, mientras tanto, era un príncipe troyano, que había estado con Afrodita cuando alimentaba a su rebaño, ¡animales que presenciarían el acto! Quizás. Alain se sonrió porque Anquises había llevado a los troyanos fugitivos hasta Italia, habiéndose burlado de Hefestos, esposo de Afrodita... ¿Y qué otros seres habrían sudado bajo el cuerpo de aquella Diosa? El hombre considerado el más bello, Adonis, amado por Afrodita profundamente, y a quien metamorfosearía, luego que un jabalí lo matara. Alain se enredó con los nombres, no era para menos, pero pensó que si Afrodita había sido infiel, podía ayudarlo con Analiz. El cuadro le pareció común, con un defecto, a su parecer, de la figura; era bastante rellena para ser Afrodita, aún así, rescató la parte de sus senos pequeños, la que se ajustaba perfectamente a su mayor cualidad. Pasaron al otro cuadro, titulado: “Eva”, de Lucas Cranach, motivando en Justin una curiosidad ambiciosa, pues fácilmente podría ser Afrodita, por los senos pequeños; ciertamente, eran más grandes la del cuadro de Eva, pero igualmente minúsculos. Su belleza contempló, un cuerpo delgado, buenas piernas, vientre hinchado, y un gesto sumergido en la tranquilidad, un tanto ida, como pensando en travesuras, escondiéndolas bajo la máscara de la deslealtad, y mostrando, más bien, la gran belleza que la identificaba... Vio en el cuadro a una Eva infiel, considerándola más bien como Afrodita. Morfeo, a quien le brillaban los ojos, bajo dos rayos amarillos que pegaban en el marco, le dijo que era la mejor representación, pues Cranach mostraba gran expresividad en sus pinturas, a una traza que se mezclaba perfectamente con la finura, haciendo del desnudo una suave admiración. Al lado estaba un cuadro de Antonio Allegri Correggio, titulada con el mismo nombre. Para Justin era una Eva diferente, con senos aún más pequeños, no tan bella como para haber sido la primera mujer; la vio como a una simple fémina desnuda, orgullosa, que no le gustaba mostrar lo que tenía, quizás por su fealdad, o porque escondía bajo su piel los pecados más perversos, ¡le atrajo la pintura! Quiso saber más de esa mujer, aunque, seguramente, el pintor la había esquematizado muy distinto a lo que era la Eva en realidad; Morfeo continuó iluminando con sus ojos la obra pasada, pero desistió y acompañó a Alain con resignación; Morfeo dijo que Correggio siempre pintaba a una dulzura de sentimientos impecables, decaído en las obras y con una característica sensual digna de respeto, consideración que lo llevó a un arrobo por lo mundano, además de un sentido profundo.
Morfeo: ¿qué te han parecido las obras hasta ahora?

Alain: ¿una Afrodita semejante a la Eva? Fíjate -llegó a otro cuadro, también de Eva, de Alberto Durero- Senos pequeños, quizás con pezones rosados, manos más o menos grandes, agarrando la manzana prohibida... ¡y un largo cabello que la brisa se lleva! De ojos pensativos, labios intermedios en grosor, ombligo profundo, largas piernas y el mismo abdomen sobresaliente, ¡qué peculiaridad! Seguramente, Durero tenía un talento magistral con la acuarela y el óleo para pintar así, para demostrarle al mundo que Eva fue hermosa, tan bella como llamadora del pecado. ¡Y éste! A ver... -continuó caminando, ahora viendo una obra de Diego Velázquez- “La Venus en el espejo”, Afrodita, como me dijiste, bueno, con el cabello recogido, delgada, nalgas ajustadas a su flacura, aparentemente triste, pensativa, pero a la vez tan pasional, atractiva, incitante por ese toque de sensualismo, ¡qué fascinación! Esa pierna izquierda extendida, ¡tan exótica! Provoca decirle a Cupido que de mí se enamorara...

Morfeo: entonces tú deseas es a Venus. ¡Mira éste! -apuntó el penúltimo cuadro con un morbo particular, incitando a que Justin le pidiera invocar a Venus-  Es el “Nacimiento de Venus”, de  Sandro Boticelli. Cabello largísimo, esperando seductoramente que alguien la tome entre sus brazos, que su cintura se encoja y una fuerza orgásmica terrenal vacile en su vientre, hundiéndola en el llanto infinito de su inmortalidad.

Los ojos de Morfeo se tornaron rojos, como si fuera él quien deseara a Venus... Olvidó por completo el último cuadro, una foto de la escultura de Eva, de Tilman Riemenschneider. Alain se cruzó de brazos, molesto, para cruzarse en la mirada de Morfeo, a aquellas luces que lo cegaron por un momento, quedando con el único paisaje de las llamas, fuego indetenible donde se quemaba su hermano, pidiéndole ayuda.

Desaparecieron los rayos, aunque no el deseo de Morfeo. Quedó frente al cuadro de “Venus en el espejo”, luego de apartar a Alain y llevar sus dedos índices hacia adelante, juntos, naciendo del tacto una espuma sumamente blanca, que fue creciendo al cabo de pocos segundos.

Hefestos: ¿qué está pasando aquí? -apareció renqueando de las dos piernas, pero con una fuerza determinante, con su cuerpo robusto hacia Morfeo. Abrió sus manos, para que sus palmas brillaran y cegaran por un momento a Justin, pero ahora sí quedaba completamente en blanco- ¿Nuevamente con intenciones de poseer a mi esposa?

Alain: él sólo me mostraba el lugar. -se estregó los ojos, volviendo a pocos segundos la vista-

Hefestos: siempre hace lo mismo. Con la excusa de ser amigable con los mortales, pretende materializar a Afrodita y hacerla suya. ¡Nunca hay que creer en el sueño! ¿sabes por qué? Porque su representante puede beneficiarse, cambiar los pensamientos de cualquier individuo, una vez haya despertado, y llevarte a lugares que no tengan retorno para impedir la venganza.

Alain quedó delante de Morfeo, cubriéndolo para que Hefestos no atentara en su contra, a una acción tajante, aunque desconocía el porqué. Sólo fue un impulso, sin importarle la duda, si era Hefestos quien tenía la razón. El esposo de Afrodita se sintió indignado porque un mortal lo había retado, porque intentaba salvar a Morfeo de su violencia innata... “¡Con uno de mis soplos quedarías en cenizas! ¡apártate!”, gritó roncamente el musculoso Dios del fuego, pero Alain continuó en su terquedad, contestándole que no le importaba, que la culpa fue de él por tentar a Morfeo que la materializara para conocerla (sintió tanto desorden por dentro, mezcla de miedo y valentía, que estaba dispuesto a encimársele a aquel Dios horroroso).

La textura del ancho brazo de Hefestos comenzó a volar hacia Alain, pero fueron las manos de Morfeo que lo arrojó prontamente al suelo. Los dioses quedaron frente a frente, casi pegando la nariz, bajo unos ojos irritados de Hefestos, y los de Morfeo inclinados a la ironía, como si Afrodita ya hubiese sido suya. Las alas de Morfeo se abrieron en su plenitud, inmensas, aunque con una acción inofensiva; Hefestos cerró sus puños y los dejó pegados a sus caderas, esperando algún movimiento brusco de su adversario para reaccionar.

Morfeo: nunca he podido trabajar tranquilo en este lugar. Cuidarte de mí no será suficiente para tu tranquilidad. Nunca tendré un hijo con ella, como lo tuvo con Anquises.

Hefestos: Afrodita no puede interesarse en ti, al menos que la dormites y en estado de somnolencia haga lo que tú le pidas. Odio con todas mis fuerzas el producto de esa unión y lo sabes, ¡no veo el momento de matar a Eneas!

Hefestos se inclinó hacia atrás bruscamente, igual los brazos, para llevar sus puños aceleradamente al rostro de Morfeo, quien no hizo ningún movimiento de reacción al golpe, terminando suspendido, a inmovilidad de sus alas, como de cualquier acción que atentara contra Vulcano. Alain se levantó para gritarle al agresor que lo dejara en paz, que no podía hacerle daño a quien no podía defenderse; Hefestos, hundido en cólera, se volteó bruscamente hacia el mortal para herirlo, pero no lo hizo, sólo brincó hacia Morfeo, hasta que quedó encima de él y lo golpeara incesantemente. Alain corrió al Dios del fuego, sin temor, con intención de sujetarlo, pero cuando agarró su brazo derecho, se levantó todo su cuerpo, a la velocidad del golpe de Vulcano. La fuerza del Dios fue abrupta. Justin fue lanzado hasta la cabeza, ya gelatinada, de Morfeo; luego se quedó sentado en el pecho del inmortal alado, provocando más furia al hijo de Juno, quien apretó los puños con más fuerza para otro golpe; el blanco sería Alain, que sólo esperó el puñetazo, viendo cómo los diez nudillos inmensos, a velocidad fugaz, llegaban a él.
Alain gritó: “lo mataste, maldito, déjalo en paz, y ahora matarás a éste pobre hombre que soy”.

El sudor había empapado su camisa y hasta las sábanas. Frente a él estaba Mairí, viéndolo fijamente, vestida con un traje largo de flores rosadas, cruzada de brazos y con gestos llevados a la molestia. “Llevas tres días perdido de todos nosotros; la señora Altagracia me dijo que no has hecho más que dormir, ¿tan bien la pasaste con Galia esa noche? ¿Y a quién iban a matar en tu sueño? ¿a tu novia? Los celos de Mairí se dibujaron en el ambiente, a la inquietud que sintió Alain, que se levantó, se tocó el rostro, incesantemente, y tocó todo su cuerpo, por si estaba herido, no sin antes quitarse la camisa con rapidez. Se paró frente a su amiga para verla fijamente a los ojos, pero no encontró sino más incertidumbre. Se sintió demente en ese instante... Se dejó caer a la cama, desplomadamente, intentando responderse lo que le había sucedido. Mairí, al notar a Justin preocupado, se arrodilló, dejando sus manos en las rodillas de él, preguntándole si le pasaba algo grave, que se lo contara como siempre lo hacía, más en los momentos difíciles.

Senos pequeños tenía Mairí, y Justin, en un momento de ira, le bajó el vestido hasta el vientre. La hizo parar aceleradamente, para sacar del sostén los pequeños senos de su amiga, posar sus manos y detallar el color y grosor de sus pezones, además del abdomen... ¡no estaba tan hinchado! Hizo sentarla en la cama, para verla mejor, haciéndole señas para que dejara las manos sobre su cama... Alain terminó por bajar el vestido hasta los tobillos... ¡Se deleitó por la desnudez, por sus senos, aunque más por aquellas pantaletas grises, motivo de éxtasis! Vio en el rostro de Mairí serenidad, sin nada que escondiese, aunque sorprendida por el hecho. “¿Qué haces, Justin? Tu mamá está en casa. Siempre me has dicho que cuando alguien esté ni siquiera entremos a tu cuarto”. Alain sólo salió de aquellas cuatro paredes, sin responderle, molesto por la circunstancia, pero sin alguna razón, pues, ¿qué pretendía? ¿buscar vergüenza? Hacía mucho que la había perdido, frente a él, desde luego.

Retornar a la rutinaria vida lo llenó de cólera, además de una tristeza enloquecedora, aflicción que navegó en el ambiente, haciéndole sentir una fuerte presión en el pecho, y sabor de nicotina debajo de la lengua. Mairí, al sentir distinto a su amigo, se acomodó rápidamente el sostén negro y el vestido para perseguirlo a la sala.
Mairí: ¿me dirás lo que te pasa? -Justin se asomó por el amplio balcón de vidrios corredizos, dejando sus brazos en los carriles finos-

Alain: sólo recuerdo que me duchaba. -por su mente corrieron pensamientos, como agua de río que a su cause se llevaba cualquier obstáculo. “¿Hefestos mataría a Morfeo? Ya el Dios del sueño estaba inconsciente, sin poder defenderse, ¿y por qué Afrodita no hizo nada, si bien podía materializarse?”. Alain se preocupó, pero, de inmediato llegaron más razones a su cerebro, aunque completamente ilusorias: “el superhombre alado cayó al suelo, y la alfombra roja antigua del salón dejaba su lengua llena de greda, a manos del temible Hefestos. ¿Y tú quién eres, valiente mortal humano, que te atreves a retar al Dios del fuego? ¡Jamás te había visto por estas tierras!”, escuchó Justin en sus oídos, pero, ¿quién hablaba?-

Mairí: ¿Justin? ¿me estás escuchando. -Alain se sonrió, moviendo su cabeza para los lados-

Alain: ¿qué?

Mairí: te acabo de preguntar qué soñaste.

Alain le respondió, teatralmente: “¡oh, pérfida a causa mía! ¿por qué desead interrogadme como si fueras mi esposa? Amante eres de mi piel, de mis orgasmos, esos que tanto ansías, los que bajo el sudor en tu cuerpo desnudo reposan. De generación humana somos, malditos terrenales; a nuestra tumba sólo llevamos el pecado; en huesos nos convertimos, llevándonos al sepulcro los encuentros carnales, esos que se olvidarán una vez hayamos reencarnado. ¡Malditos somos, tú y yo unidos, cuando hacemos el amor, a expensas de nuestros amores! ¡Pues ven, bésame el alma ahora, y llenémonos nuevamente de rencores!”. Mairí dio unos pasos hacia atrás por aquella reacción de Alain tan extraña, riéndose a la vez, por verlo sonreír, aunque sabía que él no se encontraba bien, su rostro airado se lo confirmaba.

Alain estaba sumergido entre el sueño y lo que veía, a la Mairí sexual, la de pequeños senos como Afrodita, aunque no tan rosados como los de la diosa; se acercó a ella, como lo hiciera un imán, pero a gracia de su perfume de melocotón, el que lo llevó a agarrar aquellos cabellos ensortijados y la inclinase hacia atrás, besando sus labios gruesos, pegándola a la pared, además de hundirse en sus ojos marrones claros, incitándola a tener sexo, pero ella se sintió incómoda por la presencia de Altagracia en la casa, aunque la mayor causa se precisaba al maltrato ocasionado, al rostro demente de su mejor amigo. “¿Ahora te vas a quejar, pérfida? No quieras dártela de santa, o ultimada; si bien sabemos que tenemos sexo hasta en la cocina; podemos hacerlo frente a mi madre”.

Altagracia: ¿qué está pasando aquí? ¿qué acabas de decir, Alain Tasquent? -Justin soltó a Mairí para caminar a su cuarto y buscar un cigarrillo. Lo encendió con tranquilidad. Altagracia y Mairí arrugaron la cara por la serenidad de Alain, ¿fumando en la casa, sin parpadeo? ¡Y sin camisa!-

Mairí: ¿qué te está pasando?

Altagracia: ¿por qué fumas ahora?

Alain: ya soy mayor de edad y hago lo que me venga en gana, madre. Si quieres echarme a la calle, ¡hazlo! Ya tendré quien me dé asilo; si quieres que te regrese el carro del imbécil de Bartolomeo, ¡hazlo! No será la primera vez que ande en autobús. ¡Ah, contesto tu pregunta! Mairí y yo tenemos una relación que transciende mucho más allá de una simple amistad... -quedó en silencio por unos segundos- ¡Mantenemos relaciones sexuales! ¿Alguna objeción? Es mi vida y con ella hago lo que yo quiera. ¡Tú sólo aceptas, o rechazas, madre Altagracia! ¡Hasta bonito suena! Como si fueras santa...

Altagracia: ¡basta, Alain, no permito que...

Alain: ¿permitir qué? Si Bartolomeo hizo de su vida lo que quiso, incluso pretendió conquistar y casarse con Eliann, pero gracias a Dios ella reaccionó y se marchó del país, escapando de él, desde luego, porque enamorada estaba. Sé que mi tío Silberto sufre por su ausencia, aún más mi tía Juliana, que siempre ha querido ver casándose a Eliann por todo lo alto, ¡pero claro! Bartolomeo es el hijo pródigo tuyo y de mi padre; echan tierra encima de la basura que ha dejado, a vestigio maldito para las víctimas. Sé que Analiz pagará las consecuencias por los errores de mi hermano, ¡pero tranquila! Enfócate en mí, llámame inmundicia, la porquería que nació de tu puro vientre... ¡ah, y ni se diga de mi señor padre, Ramiro Seboyano! El hombre trabajador, padre de familia, ¿a él sí no lo recriminas, verdad? Porque trae la comida a la casa, porque te regala posición social y arrumacos hipócritas, cuando se acuesta con su secretaria y con cuanta mujer se le antoje, pero él es respetable, tranquila, en cambio yo soy el maldito vástago que nunca estuvo en los planes. Te hubieses quedado con un único hijo, en vez de disculpar a tu marido por una infidelidad, y entregarte a él esa noche, a esos espermatozoides que hoy tienen nombre y apellido: Alain Tasquent Valdés, ¡qué desgracia! No me puedes responder, ¿verdad? Pues si cometo mismo yerro que mi padre, culpa no tengo... quien debería preocuparse es Lacadio, el amigo fiel, el hombre que me ha cubierto todo, por no llamarlo cabrón... ¡Soba tu barriga en el parque, recuerda aquel día de antaño!

Mairí: ¡ya, Justin, cállate!

Alain: ¿quieres que recoja mis maletas y me vaya, señora Seboyano?

Altagracia: nunca me has hablado así... -lloró recatadamente, sufrida porque su hijo menor sólo había dicho verdades, aunque sumido al sarcasmo, a la ironía que ocasionaba enorme herida- La que se va soy yo, ¡veré con cuál vecino logro desahogarme! Y al parque íbamos juntos, como una familia, junto a tu hermano.

Alain: ¡entonces vete! -no le tembló siquiera el pulso por hablarle así a su madre, aunque por dentro se sentía destrozado, o tranquilo por escupir todo lo que tenía por dentro, nunca lo supo. Fue una sensación difícil de explicar para él, pero lo único cierto es que estaba aligerado de cargas emocionales, y que no estaba dispuesto a ocultar sus sentimientos, sin importarle qué podría ocasionar en los demás-

Alain terminó de fumar su cigarrillo sentado en el sofá, montando sus pies en la pequeña mesa, echando el humo hacia el techo blanco. Mairí quedó completamente estática, sentada en una poltrona, intentando explicarse lo que había ocurrido; sintió enorme vergüenza por dentro, aunque también emocionada, por el mismo morbo culpable que regocijaba su vientre. El silencio se hizo valer para la ocasión, pero no tardaron en conversar.

Mairí: ¿cómo es eso que Bartolomeo estaba interesado en tu prima Eliann?

Alain: un secreto de familia que ni siquiera a ti te había contado, pero es totalmente cierto. Bartolomeo la acosaba demasiado, al punto que mi tía Juliana la mandó a Europa a estudiar.

Mairí: ¿tú nunca hiciste nada por ayudarla?

Alain: más de una vez lo aparté de ella; pretendía tomarla a la fuerza.

Mairí: ¿estás seguro que hablas de Bartolomeo?

Alain: ¿por qué crees que mi mamá salió así de la casa? Todo lo que dije es cierto, aunque no captó lo que le mencioné del parque, cuando iba con su hijo predilecto al parque, y yo en su vientre.

Mairí: ¿y cómo sabes eso? ¡Me asustas!

Alain: déjalo de ese tamaño.

Mairí: no tenías que decirle lo de nosotros.

Alain: debes estar feliz.

Mairí: ¿feliz? Ahora no podré verla a la cara.

Alain: ¡no seas ridícula! A mi mamá le duele es que su querubín es un maniático; es ella la que sentirá vergüenza ante ti.

Mairí: ¿qué te está pasando? Tú siempre respetaste a tu mamá, y nunca me contestabas groseramente.

Alain: las personas cambian, pérfida.

Mairí: ¡deja de llamarme así! Y no puedes cambiar en tres días.

Alain: ¡quítate la ropa!

Mairí: ¿quién crees que soy, una prostituta?

Alain: a ti te encanta que te lo pida. Desnúdate y muéstrame lo que tienes.

Mairí: no, no haré lo que tú quieras, además me has hecho pasar el peor momento de mi vida.

Alain se levantó velozmente hacia Mairí, que veía para otro lado, a drede, pero a Justin no le importó. En pocos segundos los pequeños senos de Mairí quedaron en el aire y los labios ansiosos del hombre desesperado de deseo asiándolos con lujuria. Alain la levantó forzadamente, mientras ella recalcaba que no iba a hacer lo que él quisiera, pero fue apenas un vacío infinito para ella, pues comenzó a sentir los dedos de Justin en su vagina, tan rojiza y lubricante como lo que realmente quería.

Mairí ya estaba arrinconada en la puerta principal, con las pantaletas en las rodillas, mientras Alain terminaba por quitárselas y hundirse en la mocosidad de su entrepierna. Levantados comenzaron el coito, efusivamente, pero, Alain no quiso llegar al final de esa manera, aún más por la llorantina de culpabilidad de Mairí, que se había dejado arrastrar nuevamente por el deseo.

La destreza pasional de Mairí se desbordó, aquella enseñanza diaria con su amante carnal, la que al principio fue amena, divertida y hasta amorosa... Supo en ese momento que había sido el peor error de su vida, pues Alain la había adiestrado a vivir con sexo, sin ello no podía estar tranquila.

Alain se apoyó en la puerta de madera, unísono al movimiento de Mairí, que se sentó en el suelo, al manejo de la situación; fue la mujer la que se encargó de todo; no tuvo más remedio, el cuerpo habló por ella. Mairí comenzó por tocarle los pies con la yema de sus dedos, subiendo por toda la pierna, despacio, hasta que llegó a los testículos. Paró el movimiento. Las manos pequeñas tersas frotaron el pene de Alain, en forma circulatoria, al mismo tiempo que sus labios esponjosos besaban los abductores; el tronco del pene de Alain fue el principal objetivo, pues los gemidos llegaron al punto extremo del deseo; la ternura demostrada por la mujer fue fascinación para él, al lamer la punta del pene y luego introducirlo en la boca, paulatinamente; Mairí, además de satisfacerlo con devoción, llevó sus manos al pene, combinando dos movimientos que no tardaron en aproximar la eyaculación, esperma que cayó a los pezones rosados y continuaría rodando hasta el ombligo.

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Alain se sintió sumamente complacido por ver a la novia de su mejor amigo desnuda para él, con sus pies pequeños perfectos, alineados en tamaño desde el gordo hasta el meñique (pies romanos) en el suelo, entrecruzados, como todo su cuerpo delgado, de buena cintura, y la disposición que siempre tenía, cada vez que se le antojaba tener sexo con ella. Tenerla desnuda fue un premio sarcástico que llenó sus emociones, aunque la energía más poderosa fue poseerla, llevarla a las últimas consecuencias del sexo, con la excitación y querencia requerida, ¡el jugueteo de los tactos, del olfato! Todavía más por aquellas manos lisas por su cuerpo y los pezones puntiagudos desplazándose por su pecho, por sus muslos y pantorrillas, al acto de la felación; Mairí se condenó a los antojos de Alain, sentencia carnal de la que no pudo zafarse, ni siquiera por el escándalo que podía formarse por la traición a Lacadio, por las consecuencias que llevaría que la gente descubriera la desfachatez. Descubrió que Alain la podía desnudar donde él quisiera, ¡hasta en la calle! Se sintió débil, tan frágil en negativas, que, sólo esperaba sentir su vagina palpitar, los pezones brincar y hasta el ano disfrutar, con tan sólo un beso... Ya eran varios años para Mairí entregando su cuerpo libremente a Justin, a expensas del hombre que supuestamente sentía amar.

No fue de importancia alguna para el menor de los Tasquent haber tenido sexo con Mairí, de poseerla. Dejó que se vistiera para pedirle que se marchara, mientras él se quedaba en interiores. El cigarrillo encendido fue sólo un premio por la descarga sexual efectuada, sin pensar en lo que podía sentir Mairí, que, además de ser su fémina del placer, también era su amiga. No flotó palabra alguna, como si lo vivido ya estuviera olvidado, nada comparable como siempre sucedía, a los senos encima del pecho y los labios muy cerca, a besos pequeños, ya secos, y conversaciones diversas.

Mairí lloró en el camino hasta su casa, sin explicarse lo que había sucedido, aunque consciente que su gran amigo Justin no era el mismo. “¿Por qué nunca puedo apartarlo, decirle que no? ¿Qué te está pasando con Alain, Mairí Heredia? No sigas engañándote”, se recriminó la chica de cabello ensortijado, sin encontrar alguna solución de escapatoria. El vicio ya estaba en etapa terminal.

                              III
                       
De inmediato, Alain bajó por el ascensor rojizo, apenas se acostó en su cama y cerró los ojos. El traslado fue más lento, sintiendo una preocupación excelsa; su pecho presintió que se iba a encontrar con una mala noticia, pero, ¿qué novedad? A un Morfeo golpeado por los puños enormes de Hefestos, ¿o una Afrodita hermosa, con ganas de tener sexo? ¡Qué ilusiones aquellas! Si recién había tenido a Mairí Heredia entre sus brazos.

La puerta se abrió de par en par. Las luces no eran las mismas, ahora la negrura era el factor esencial, aunque no se habían desaparecido los rayos rojos y amarillos del todo. Alain decidió salir del ascensor, encorvando su espalda, a paso lento, con los ojos bien abiertos por el silencio turbador. Se percató que no había nadie, haciendo girar su cabeza de un lado al otro, llevándose las manos al mentón para terminar por enderezarse y empezar a caminar. En cada paso que dio, temió por su vida, en cada mirada esperó una nueva sorpresa, sentimientos que lo excitaron por dentro, impulsándolo hacia adelante, aunque la conciencia le reclamara que no podía continuar porque estaba arriesgando mucho más de lo que tenía, de lo que podía hacer frente a la magia de aquella cruda realidad; así lo sintió. Retrocedió para voltearse y quedar frente al ascensor, indeciso. Escuchó una diminuta voz, precisamente cuando se dignó a regresar: “cayó a la tierra sigiloso y con toda fuerza lanzó la flecha, sin arrepentimiento, ¡cómo brotaba la sangre! Deidad gloriosa, la más alta, permite que las manos que fueron heridas, sean el arma que mate al agresor”. La voz no tenía fuerza, además parecía de un niño. Justin intentó buscar por la penumbra, agachándose y gatear por el alrededor, pero sus manos no encontraron nada, apenas una caja pequeña pudo ver. “... y ella rogó que no la tocara, que no le hiciera daño, pero los celos y la impotencia pudieron más que su amor”. Justin se levantó de inmediato, al descubrir que la voz infantil provenía de la caja; lentamente llevó la punta de su pie derecho al cartón y lo arrebató con fuerza... “¡Dios mío! ¿Qué te han hecho?”, dijo en voz alta Justin, observando la sangre pastosa que rodeaba al niño, quien tenía desprendida la mitad de sus alas; la cara angelical del infante mostró dolor, además de la pureza de su sufrimiento. “Se han llevado a Venus al campo de batalla, y herida. Intenté ayudarla, pero Hefestos me golpeó hasta cansarse; pretende matar a Eneas, aún cuando él mismo forjó su armadura”. Alain no entendió a Eros, el Dios del amor, sólo se fijó que estaba muy grave, que con aquel cuerpo tan pequeño era imposible luchar y salir victorioso, contra la brusquedad e inteligencia de Vulcano. Supo que aquella voz, la de Eros, fue la que escuchó cuando estaba en la sala de su casa.

Alain: ¿dónde está Morfeo?

Eros: discutía con Hefestos, Hipnos y Tánatos de tu presencia en éste, nuestro lugar sagrado de dioses. Hipnos, gran deidad de la muerte, hijo de la noche y hermano del sueño, rechazó tu presencia, mas recurrió a un pequeño castigo para Morfeo; Tánatos, la muerte, estipuló el castigo que más le place, ¡matarte a sangre fría por haber pisado tierra inmortal! -Alain echó dos pasos hacia atrás, asustado por la convicción en las palabras del pequeño Dios- Hefestos, siempre colérico por su desgracia de nacimiento, se enfureció por la serenidad de Morfeo, y llamó a los Cíclopes para que se lo llevaran secuestrado... Inmediatamente, Hipnos gritó colérico: “Hefestos, aunque tu madre y padre te hayan arrojado de los cielos por tu cojera, no tienes el poder de vengarte, a quienes culpa no tienen; no puedes ser desagradecido porque has construido armas y carros para el Olimpo, y tienes a Afrodita como esposa, obsequio que te dio Zeus, después de forjar su rayo”. Pero, no sirvieron de nada las palabras del Dios, pues Vulcano nunca fue feliz en su matrimonio. Más pudo el rencor y el infortunio.

Alain: ¿qué pasó entonces? ¿mataron a Morfeo?

Eros: los Cíclopes llegaron de inmediato y se llevaron a Morfeo, luego de golpearlo; Hefestos pidió que se llevaran también a Hipnos y Tánatos, comenzando, de esa manera, la cadena de una gran batalla contra Eneas. Hefestos fue a buscar a Afrodita de inmediato, pues, Morfeo la había convencido para que se materializara.

Alain: ¿Morfeo se atrevió a...?

Eros: no, sólo lo hizo para que lo curara por los golpes que Hefestos le había dado.

Alain: cuando yo estaba con él.

Eros: cuando Afrodita curaba las heridas, apareció Hefestos, pero fue después que lo atacaron los celos. Yo intenté salvar a Afrodita, pero yo estaba muy herido; vi cuando una flecha cruzó por su hombro izquierdo, pero no supe nunca quien fue el causante. Hefestos la agarró bruscamente y se la llevó al campo de batalla.

Alain: ¿quiénes están en guerra?

Eros: están pidiéndole a Júpiter conformar grupos de batalla entre mortales y dioses, pero el Dios de los dioses ha impedido que entren al Olimpo. Tú tienes que ayudarnos.

Alain: ¿yo? No, estás equivocado, Cupido, además yo soy infiel, un hombre que ha pecado en demasía. -fue la primera excusa que se le cruzó por la mente. ¿Cómo podía digerir semejante locura? Se imaginó en combate, como cualquier héroe férreo, pero sin poder creerlo, pues nunca había sido un hombre agresivo, mucho menos con la determinación suficiente para enfrentarse a alguien, fuera quien fuera-

Eros: te libero de todas las infidelidades que hayas cometido, incluso en las que hayas incurrido contra ti mismo, pero ayúdanos. Afrodita está en peligro, y si llega a morir, moriré yo y el amor en el mundo.

Alain: ¡el amor en el mundo! Sería estupendo, el soberbio drama que acabaría con el sufrimiento amoroso. Se eliminaría el dolor más agudo de la vida.

Eros: todos viviremos sin alma ni corazón, sin la esencia mágica que nos hace ser vivos, además, el sueño se extinguiría, si Morfeo llega a desaparecer.

Alain: yo no tengo el valor suficiente para encarar a un Dios como Vulcano, mucho menos a esos monstruos gigantes que llaman Cíclopes; sé que Arges, Brontes y Estéropes están del lado de Hefestos; ellos me matarían de un sólo manotón.

Eros: debes buscar a Morfeo para que te instruya. Está en la fábrica de Vulcano, vigilado por los Cíclopes. Agarra mi arco y flecha para que te defiendas; apenas lo tomes, crecerá a tu tamaño y bastará colocar la flecha en su lugar para que aparezca ante tus ojos la mira.

Alain: Júpiter te castigará por darle a un mortal tu arma.

Eros: es una causa que nombra a Venus, quien a su andar por el campo hiciera abrir todas las flores, quien enamorara a todos los dioses con verla apenas.

Alain: ha de ser muy hermosa, como Eva.

Eros: no compares hermosuras con insignificancias.

Alain: sé que Eva no es ninguna Diosa, pero tampoco la menosprecies. ¿Por qué tiene un sitio en éste lugar?

Eros: es el símbolo del pecado, culpa viva que también vive entre los dioses.

Alain: ¿se supone que yo voy a matar a Hefestos?

Eros: jamás podrías hacerlo, es inmortal, pero sí a héroes mortales que tomes desprevenidos. Agarra mi arco y flecha.

Justin se agachó, tímidamente, para agarrar el pequeño arco. Sintió, a los pocos segundos, una energía inexplicable, adquiriendo, a su vez, conocimientos de la nada. Sólo recorrieron por su mente personajes y experiencias fastuosas, y otras desagradables y fatídicas. El arco creció como Eros le había dicho, igualmente la flecha. Alain se llenó de fortaleza, con una sensación especial hacia Afrodita, como si fuera íntimamente amiga suya, aunque el deseo también hacia la diosa era enorme. Quería verla ansiosamente.

Eros: siente el poder entre tus manos, pero nunca te creas invensible, pues dioses como Vulcano pueden hacer del arco una varita inservible. Ve y has todo lo posible por rescatar a Morfeo, luego deja la flecha delicadamente en sus alas y las harás volar, lejos, tan lejos como puedas llegar. Cuando Morfeo despierte, te dirá qué hacer. Si no despierta pronto, escapa y entra en el campo de batalla; se te hará fácil reconocer quiénes te ayudarán, pero nunca confíes plenamente en alguien; puedes buscar a Baco, Adonis y Hércules; ellos te ayudarán si le dices que vas en mi nombre. También podrás plantearle el problema a Eneas, a Anquises y Paris, ellos entenderán y querrán rescatar a Venus de las manos de Vulcano, aún costándoles la muerte.

Alain fue de inmediato a la fábrica de Vulcano, o el espacio que estaba destinado para la forja, cuando, primordialmente, estarían ubicadas sus fraguas bajo el Monte Etna. Al fin y al cabo, a Justin no le importó la ubicación, tampoco dónde se encontraba, sólo buscó con sus pupilas brillantes la enormidad de Morfeo, pero, ¡qué observaba! El compañero alado no tenía el tamaño ingente de antes, sólo era un hombre como él, pero con alas. Le dio lástima verlo colgado por sus muñecas, con un grueso mecate, amarrado en una de las vigas, estructura altísima que se perdía de vista. La sangre blancuzca goteaba de su nariz y boca, las piernas las tendría laceradas, como su pecho y brazos, además del rostro, que se perdía entre la obscuridad y la luz.

Alain agarró la flecha para disparar al primer mecate, pero, ¡igualmente quedaría colgado, si hubiese disparado! ¿y los Cíclopes? Dormidos estaban, muy cercanos a Morfeo. Caminó lentamente a una de las esquinas de la ancha puerta del espacio, de puntillas, para quedar a un costado, donde podría cortar los dos mecates de un sólo tiro; nuevamente, se colocó en posición de tiro, ajustando la flecha en el lugar correspondiente, apareciendo entre sus ojos la mira... ¡Disparó! Y, al cabo de unos segundos, el cuerpo de Morfeo cayó desplomadamente en el piso.

La valentía de Alain no sirvió de mucho, pues los Cíclopes se despertaron de inmediato, además la flecha había quedado demasiado lejos. Brontes giró su enorme cabeza hacia Alain, mostrándole a sus compañeros quién se había atrevido a desafiarlos, a ellos, a quienes le habían dotado únicamente con un ojo en la frente, pero con la responsabilidad de llevar entre sus antojos los fenómenos atmosféricos, las erupciones volcánicas que acababan con millones de mortales, y era, precisamente, un terrenal el que los retaba, el que se atrevía a despertarlos... ¿Qué habría pensado Polifermo de aquella circunstancia? Cíclope devorador de los compañeros de Ulises.

Lentamente, Brontes se movió hacia Justin, que no pudo reaccionar de ninguna manera. La boca deforme, arrugada y temerosa del Cíclope, comenzó a abrirse a magnitudes exageradas, momento oportuno para que Alain pasara debajo del monstruo, quien había perdido la visibilidad por la abertura de su boca... Pero, atrás lo esperaban Estéropes y Arges, apetitosos de tragárselo entero y esperar un premio de Hefestos por su coraje. Alain quiso hacer lo mismo, pero si esperaba, seguramente, Brontes ya se habría volteado para devorarlo. Todo ocurrió tan rápido que no hubo momento para la reflexión; Alain vio para todos lados, sin poder encontrar la flecha ni hacer nada para escapar de los Cíclopes. Corrió hasta quedar detrás de una viga, ubicada en el centro de la estructura, impedidos los Cíclopes de poder entrar por su gran tamaño, aunque no sus manos, que se agitaron rápidamente para buscar a Alain. Arges llevó sus manos al segundo piso del edificio de hierro, abertura que aprovechó Justin para desplazarse al otro extremo y buscar la flecha.
El disparo había salido con tanta fuerza, como una bala, que resultaba imposible encontrarla en un lugar tan amplio, además la obscuridad no ayudaba. Alain no tuvo otro recurso que acercarse a Morfeo y dejar en sus alas el arco, a milagro que pudiera elevar a su compañero alado y escapar de los monstruos. Regresó del otro extremo, saliendo del interior de la estructura, mientras veía a los Cíclopes en su afán por encontrarlo.
Estéropes desistió su búsqueda para cuidar a Morfeo, cuando descubrió que Alain estaba cerca del Dios del sueño. Agitó todo su cuerpo hacia el mortal, pero su gran tamaño permitió que Alain lograra escabullirse y lanzarse hacia Morfeo, voltearlo desde el suelo, bruscamente, e introducir el arco en medio de las alas; inmediatamente, la espumosa sangre blanca desapareció, comenzando a moverse las puntas.
Inició el vuelo de Alain, prendiéndose de los hombros de Morfeo, pero, a pocos metros de distancia del recorrido, una de las manos de Brontes lo agarró para llevarlo a su boca; Alain suplicó a gritos: “no sean esclavos de Hefestos, quien los latiga salvajemente. Sé que no se pueden defender ante él, pues serían quemados vivos sin piedad. Déjanos ir y le diré a Júpiter que les den un mejor lugar entre los dioses”.
La flecha amorosa de Eros se levantó del lugar donde cayó, y como un rayo se disparó hacia el arco, centella que a su paso dejó pétalos de rosas y una sombra rosada, que, luego, se convirtió en arcoiris, vestigio sagaz de su transitar. Brontes, quien no quiso creer en las palabras del mortal, ya tenía a Morfeo en los amarillos dientes, cerca de la lengua agujerada y salivosa, que comenzaba a moverse hacia el paladar y degustar de su doble bocado. La flecha llegó con luz brillante, enorme, incrustándose entre el labio superior y la nariz mocosa del Cíclope, atravesada desde el mentón. Alain agarró el cuello de Morfeo para llevarlo hacia atrás y volar lejos, tan lejos como le había indicado Eros. Vio hacia atrás, todavía despavorido, para apreciar cómo Brontes caía encima de los otros Cíclopes, derrubando gran parte de la estructura.
Alain no estuvo pendiente para donde volaba ni para donde iba, sólo del regocijo de valentía que tenía en sus entrañas, luego de salir por el alto techo, en un pequeño agujero, como si fuera el final de un túnel. Las blancas nubes lo cegaron por completo, la congelada brisa lo aferró más al caluroso cuerpo de Morfeo, hundido en la neblina, a una velocidad desmedida que no había sentido jamás, ¡y ver las alas con su hermoso plumaje en el aire, no eran más que felicidad!  Disfrutó el viento en su rostro, bajo un rocío anaranjado, glorioso para él porque lo reconoció como una victoria. Comenzó a descender, después de salir de las nubes, encontrándose con un océano apacible, con pájaros rondando y delfines saltando (desde niño siempre deseó volar, y lo lograba... aunque no con propias alas. La experiencia le resultó mucho mejor; su piel erizada se lo confirmó). Alain llevó el cuerpo de su compañero alado al ras del agua, al salitre acuo que mojó sus labios secos, a las manos rojas por el forzamiento de un cuerpo endeble, el que tendría Morfeo durante el largo trayecto.
Aterrizó a la orilla del mar, silenciosa, apenas con un suave sonido de olas, no tan espumosas, pero sí cristalinas. Dejó el cuerpo de Morfeo debajo de un gran árbol para inspeccionar la pequeña isla, a aquella pavorosa deriva en la que se encontraba, perfilando su mirada a las piedras de antaño, otras carcomidas por los acantios, el murallón de pañasco cadavérico y la espantable negrura del silencio, la que se acomodaba en sus ojos, temerosas, y la nariz respirando la sal de la vejez de aquel lugar. Era una isla que le parecía estéril, pero los pájaros circunvalando le daban un respiro de vida, historias que por allí habrían pasado.
Una casita humilde, al final de la playa, de bloques a carambillos y techo de argamasa, sin puerta, estaba repleta por una torrecilla de fragmentos y pedazos de piedras. La testaruda apariencia anhelaba la llegada de algún ser vivo, aunque fuera un cangrejo que la tomara por hogar. Alain sintió que las cuatros paredes le hablaron, que al fin aquella vivienda había entrado en la cúspide de una prominencia, trayéndole felicidad. Justin se rió tontamente, pues le estaba hablando a una casita, en vez de ir a cuidar a Morfeo, pero razón tenía porque una vivienda así, cerca de la orilla del mar, no tendría mucho tiempo por desmoronarse. Prefirió regresar hasta el otro lado de la playa, imaginándose la travesía que había tenido, recordando el castigado cuerpo de Eros en el suelo, con su voz tierna, y tan sufrida a la vez; los ojos saltones de los Cíclopes, sus dientes asquerosamente amarillos, y hasta la llegada de la milagrosa flecha que los había salvado de una devoración.
Se sentó en la arena, recostándose en el tronco del árbol donde había dejado a Morfeo; lo observó detalladamente, sin poder acostumbrarse a aquella desnudez... Inmediatamente, visualizó el sueño de la chica en la universidad, cuando mencionaban la homosexualidad... ¿tendría algo que ver? Era un disparate, pues su firmeza siempre fue tajante, pero ¿sería acaso que algunos de los Dioses sí lo era? Era lo más obvio. No sabía qué hacer, si agarrar a Morfeo, nuevamente, para ser instrumento de vuelo, o tratar de hacerlo reaccionar, desprendiendo el arco de su espalda.
Alain mentalizó los nombres de aquellos personajes que podían ayudarlo, a aquel secuestro de Afrodita. Todavía no podía creérselo, ver ahí a un hombre con alas desnudo, una isla paradisíaca, revivir el susto de su primer enfrentamiento, y estar vestido por completo, ¡a una ironía latigante! Era un absurdo, como haberse escapado de monstruos tan peligrosos, ¿acaso podía creerlo? Buscar a Hércules le resultó cómico, pues, además de nunca haberle interesado la mitología, había sabido de él apenas por un juego de computadora... Ciertamente, Hércules era amigo de Cupido, siempre lo simbolizaban juntos; resultaba un disparate que apareciera siempre desarmado, personificando que la fuerza jamás vencería el amor. Para Alain el barbudo hombre representaba la fuerza masculina, quien siempre se cubría con una piel de león, motivo que lo hacía más fuerte y representativo, aunque lo peculiar era de dónde provenía, de Zeus con Alomena, mujer mortal que lo hacía mitad Dios y mitad hombre. Juno, protectora del matrimonio y la mujer, lo odió desde que nació, por tal motivo envió dos serpiertes a la cuna, para que acabara con él, pero Hércules las ahorcó con sus propias manos. Luego de aquel pensamiento, Alain recapacitó que Hércules no era quién para ayudarlo, porque Juno, esposa de Zeus, estaba en su contra, ¿o es que ya se habían reconciliado? ¿él ya había subido al Olimpo? De todas maneras, Justin estaría muy atento con la Diosa del matrimonio, pues sabía que teniéndola de su lado podría deshacerse de Bartolomeo. ¿Y Paris? Otorgando a Afrodita el premio de la belleza, y no a Juno. Por esa razón, ella se vengó de él, yendo en contra de los troyanos... y Afrodita disfrutando de su premio, la renombrada manzana de la dircordia. ¿Qué clase de aliados le había sugerido Cupido? ¡ya dos en contra de Juno! Y Marte, representante del vigor bestial, impulsivo e irreflexivo, fuerza que no siempre lo hizo vencedor en las batallas... Tres compañeros de batalla, ¿adeptos a qué, a ir en contra de Júpiter, dueño de todos los cielos? Seguramente, la derrota iba a ser lo más evidente a venir. Adonis, mientras tanto, era el otro nombre en la lista, ¿acaso no era enemigo de Marte? Sí, pero los uniría el rescate a la Diosa del amor, pensó Justin; luego verían qué hacían entre ellos, empero, Afrodita, amaba era al Dios de la guerra, Ares, mientras Adonis estuvo encerrado en un cofre por ella, a la vigilancia de Perséfone, Diosa del mundo inferior. Afrodita le propuso que no abriera el cofre, pero Perséfone la contradijo y lo abrió, encontrándose con Adonis, de quien se enamoró inmediatamente. Las diosas se disputaron el amor del mozo, pero Zeus medió por ellas y tanto Afrodita como Perséfone vivirían con Adonis una tercera parte del año, mientras que el resto se quedaba a su lado, a la del gran Dios. Afrodita no aguantó la sentencia de Júpiter, y, con su hermoso cinturón de delicia mágica, hizo que Adonis multiplicara su estadía con ella, pero Perséfone no se quedó de brazos cruzados; fue en búsqueda de la venganza, ¿cómo? Le dijo a Marte que estaba siendo engañado. El Dios de la guerra se transformó en jabalí, hiriendo de muerte a Adonis, que siempre le encantó el goce de la cacería... Alain se hizo una interrogante, sin podérsela contestar: “¿dónde estaría Hefestos en esa oportunidad?”. El amante legendario Ares fue quien se encargó de eliminar a Adonis, ¡qué desvergüenza! “Y todavía los dioses nos perdonan los pecados, cuando ellos son unas joyas”, murmuró Alain, colmando de arena sus manos.
Le quedaron tres nombres por pensar: Anquises, Eneas y Baco. El primero, amado por Afrodita, quien se hizo mortal en el amorío, para luego tener de él un hijo; el segundo, un príncipe, que a la caída de Troya salvó a su padre, quien luchó siempre valientemente, y el tercero, Baco, Dios de la fertilidad y el vino, un ser que mantuvo una vida ambulante vagabunda, siempre acompañado de bailarinas o ninfas libertinas, en sus actos orgiásticos, mientras su carro andaba por tigres, y su frente ajustada, estrecha y rígida colmada de hiedras. ¿Qué cofradía tan peculiar? Hércules, Anquises, Marte, Adonis, Eneas, Baco y Paris; un infiel musculoso; un pastor lujurioso; un amante irreflexivo y descarado; un hombre con ínfulas de bello; un guerrero producto de la infidelidad; un aberrado sexual, y un secuestrador enamorado, ¡qué peculiaridad! De esa mezcla no podía salir sino un mundo descarriado, desvergonzado, atrevido y altamente genital, sin mezclar todavía a Venus y Eros. Afrodita prestando en ocasiones su cosido ceñidor, el que atraía efusión a otras diosas, ¿qué significado tenía? Era una especie de amarre engañoso... y para los hombres, ¿quién era Afrodita? La diosa magnánima, buena, generosa y complaciente, porque dejaba a Eros las amarguras, aflicciones y desconsuelos del amor. Afrodita, ciertamente, era espléndida y filantrópica, pues después que Paris la escogió entre otras diosas como la más admirable, le dio a Helena como recompensa, la mujer más hermosa del mundo, aunque esa generosidad llevaría a la inquebranteble búsqueda de la mujer, entre la guerra y la caída de Troya. Afrodita también había sido caritativa con su hijo Eneas, al llevarlo hasta Italia a través de los mares sano y salvo... Para Alain, Afrodita no era sino una mezcla de deseo, amor e infidelidad, ¡vaya combinación atónita!
¿Qué podía hacer Alain Tasquent en medio de la arena, pensando realidades de una mitología? ¿La fábula era acaso real? ¿y aquel Dios del sueño también? Parecía que sí.
 Se levantó apaciblemente, llenando sus zapatos deportivos del polvillo milimétrico de la playa. Se montó encima de Morfeo, a pie derecho sobre su nuca, y sus manos en el arco, el que se había perforado en aquella espalda de alas. Trató de sacar el arco, empleando todas sus fuerzas, hundiendo cada vez más el rostro del Dios en la arena, pero no lo logró al instante. Intentó por segunda y tercera vez, hasta que salió disparado, por la fuerza emprendida, a varios metros de distancia, con el arco quedando entre sus manos. Quedó inconsciente por un momento, hasta que reaccionó, satisfactoriamente, del golpe. Se acercó a Morfeo, mareado, para preguntarle si se encontraba bien, pero el Dios sólo le reclamó con ofensas, si lo que buscaba era matarlo.

Alain: ¡al fin despiertas! Por momentos pensé que emprendería solo el viaje. -Morfeo continuó en el suelo, aunque sentado; no entendió lo que el mortal compañero le dijo. Estaba molesto-

Morfeo: ¿estás loco? ¿no sabes dónde nos encontramos? Sin mi ayuda no podrás vencer.

Alain: ¿vencer? ¡Si te rescaté de los Cíclopes, ingrato!

Morfeo: ¿dónde está Tánatos y mi padre? -todavía estaba afectado por los golpes, sin poder recapacitar a tiempo-
Alain: Hefestos se ha llevado a Hipnos, Tánatos y Afrodita para el campo de batalla. Eros me ha cedido su arco para buscar a los hombres que estarán de nuestro lado en el combate. Tú serás quien me guíe hasta ellos.
Morfeo: estamos dentro de la batalla; sólo falta dirigirnos hacia el árbol donde está el cuadro de Afrodita. ¿Cómo fue que me rescataste? No puedo creerlo. -batuqueó su cabeza con fuerza, regresando en sí. Vio a los lados, lentamente, para ver luego a Alain, hacer un ademán de sorpresa y digerir lo que le había dicho el mortal-
Alain: es lo menos que ahora importa, lo esencial es que Afrodita ha sido herida y el amor del mundo está en juego. -imitó a Eros, en cuanto a palabra. No aguantó la risa, pues, ¿qué le iba a interesar el amor en el mundo?-
Morfeo: tómate las cosas en serio.
Alain: sólo me interesa ser feliz con el amor que deseo, no el de los demás.
Morfeo: el egoísmo es un pecado.
Alain: y éste sueño es una locura.
Morfeo: no es un sueño.
Alain: pero tampoco mi realidad. -dejó de reírse, adaptándose a una aptitud más serena y seria-
Morfeo: ¿a quiénes te dijo Eros que debemos buscar?
Alain: comenzaremos con Anquises.
Morfeo: si mueres en la batalla, morirás en la realidad.
Alain: ¿qué? ¿morirá Alan Tasquent?
Morfeo: te has involucrado íntimamente con los dioses. Seguramente, cuando entremos a la batalla, Júpiter lo descubrirá y dejará los cuadros, los que sirven como portal, a Hades, su hermano, para impedir algún escape.
Alain: ¿Hades?
Morfeo: el mismo infierno, Alain. Plutón es hijo de Rea y Cronos, como esposo de Perséfone. Si lo desafías, entrarás directamente a la mansión de los fallecidos, donde las almas deambulan privadas de sufrimiento.
Alain: ¿Perséfone, la que se disputó el amor de Adonis con Afrodita?
Morfeo: sí. Es ella la Diosa de los infiernos.
Alain: cada vez se complican más las cosas. Si Perséfone averigua que Adonis es uno de los que intenta rescatar a Afrodita, seguramente será otra potencia en contra.
Morfeo: Perséfone hará lo que Júpiter le mande.
Alain: no me importa morir, pues deseo conocer y rescatar a Afrodita de las manos de Vulcano. Mi vida es un verdadero infierno, por decirlo, literalmente.
Morfeo: no te lo crees ni tú mismo.
Alain: sé que sientes lo que llevo por dentro, que no quiero estar aquí, pero tengo que engañarme, mentirme que me interesa salvar a Afrodita. Todo sea por Eros.
Morfeo: no pensé que llegarías tan rápido. Es indudable que te desprendes de tu cuerpo fácilmente, que la depresión te tiene al borde de la muerte.
Morfeo comenzó a caminar por la selva; Alain le siguió de inmediato. Las verdes hojas, las plantas barrilleras y los árboles altísimos fueron testigos, por primera vez, de un mortal cruzando la línea entre el sueño y la muerte. Justin sellaba la defunsión, luego de creerse inmortal, apenas con el arco de Eros (su trastorno crecía ingentemente). Morfeo jugó con su poderío inmortal, siempre llevando su frente hacia adelante, con un propósito que sólo él conocía.
Morfeo se quedó frente al cuadro, mirando hacia los lados, indeciso, pues esperaba encontrarse con el cuadro de Afrodita, el que había pintado Durero, pero había sido cambiado por una obra de Nicolás Poussin. Alain sólo sintió un terrible dolor de cabeza, a la espera que los dedos de Morfeo se iluminaran y abriera el camino para poder entrar a la pintura.
Alain: ¿qué te pasa, Morfeo?
Morfeo: es un cuadro de Venus y Eneas, ¡no lo entiendo!
Alain: seguramente, Júpiter ha aprobado la batalla.
Morfeo y Alain fueron absorbidos por el cuadro, en rayos coloridos. Sintió la caída en profundo abismo, vacío infinito de estómago, entre el olor de sangre y los últimos gritos despavoridos, de aquellos mortales a mano de los héroes.
Aparecieron detrás de un gran árbol, observando cómo mortales y dioses medían fuerzas. Morfeo se levantó, gritando que Eneas estaba cerca, que tenían que alcanzarlo para comunicarle que habían sido enviados por Eros. Alain, confundido por el alboroto, los múltiples cuerpos en el suelo, y rayos que desde el cielo cegaban la vida de los que pisaban tierra, pretendió buscar a Afrodita entre la multitud, pero no lo logró. Precisó a hombres con cascos enormes sobre sus cabezas, armazones gigantes, y hasta mujeres desnudas en el suelo, muertas en su charco de sangre. El cielo padecía de un color violeta, y, contradictoriamente, de blancas nubes, espuma etérea donde salían los rayos irisados de Júpiter, como ironía a quienes le habían pedido una justa batalla por el secuestro de Afrodita. Alain comenzó a correr por el espeso territorio, encima de los centenares de cadáveres, alejándose de los guerreros que aún luchaban por su vida. Alain se resguardó en el arco, sirviéndole de invisibilidad; procuró no perder de vista a Morfeo, pero en poco tiempo el Dios del sueño abrió sus grandes alas y surcó verticalmente, fuera de los ojos de Alain.
Las montañas altas, las flores amarillas y el sonido tormentoso de una cascada de río, agujeró los sentidos de Alain. Se sintió exhausto, agotado por la distancia que había recorrido a fuerte trote. Se sostuvo de una mata espinada de gran tamaño, viendo al frente el camino empedrado y angosto, a la única senda donde podía seguir, pues el alrededor se nutría de una sabana infinita. Caminó desganado con el arco de Eros en la mano, sin un rumbo coherente a seguir, con la incertidumbre si estaba soñando, o se dirigía a la concisa muerte.
Alain: ¡maldita sea! Vértigo vasto por la que ando, atiborrado de un miedo descomunal; a la muerte caminando, y con un arco inmortal que no me puede hablar. -continuó caminando, percatándose que hablaba extraño, como si fuera una eminencia, o un dignatario de combate, a la acometida instintiva, cobijada del cruel asesinato- ¡No joda! Tuviera aunque fuera a Lacadio a mi lado para que me dijera qué hacer, o por lo menos de qué se trata todo esto. A ver... -vio para todos lados, intentando buscar un motivo, cuando ve pasar, en misma rapidez de su exhalación, a una hermosa mujer, desnuda, con un arco de plata en su trazo, inspirando en el angustiado corazón de Alain la luz que necesitaba, el calor que le urgía al viento helado, y el sexo que le daba vida- ¿Analiz? ¿Analiz? ¡Oh, Analiz! Has llegado a la gloria del pecado, desnuda te vi pasar... desnuda te encontraré, y más temprano que tarde, envuelto en llamas, en tu cuerpo apresado quedaré.
Las piernas de Alain comenzaron a temblar en demasía, como su corazón a andar más rápido, ¡le era emocionante ver desnuda por primera vez a su cuñada! Su desespero por encontrar la mujer lo llevó a un río gigantesco, con piedras enormes, agua cristalina y un bosque más avivado en colores, al verde húmedo claro. Se paró detrás de un grueso tronco seco. Escuchó dos tonalidades de voces diferentes, ¡pero había una voz femenina! ¿La de Analiz? Era idéntica, y las nalgas, como la espalda, las piernas, los cabellos, ¡era ella! Aunque, ¿qué haría Analiz allí? Bella se veía, ¡qué emoción sintió Alain al ver semejante mujer! La mujer estaba acompañada de Apolo.
Apolo: Júpiter me ha irritado en exceso; hoy pretende salvar a los traidores y obligar que todos los Dioses no intervengan en la batalla. Eneas ha matado docenas de mortales, después de haberle llegado la noticia que Afrodita fue secuestrada. No puedo enfrentarlo, ¡cuánto daría por lanzar mi flecha y cruzarle la armadura, hasta que llegue a su corazón! Sé que no me entiendes, hermana Diana. Regresaré al Olimpo. Júpiter exige que los Dioses salgan del combate.
Diana: yo debo encontrar al mortal que se atrevió a cruzar el portal junto a Morfeo. Júpiter me ha enviado especialmente para que lo lleve al Olimpo.
Apolo: te acompañaré entonces, no vayas a salir herida por el atrevido mortal, quien fue capaz de escaparse de los Cíclopes.
Diana: hay que resguardarlo; Vulcano quiere matarlo con sus propias manos.
Apolo: no creerá en ti.
Diana: ¡vete, Apolo, yo manejaré la situación!
Alain Tasquent tembló de miedo a las palabras crudas de los dioses, aunque no le importó morir en las manos de Diana, pues era el retrato de Analiz, la mujer por la que daría la vida. La percibió dulce y aguerrida... ¿Quién era ella? ¿patrona de las doncellas? ¡cuánto hubiese dado que Analiz fuera pura! ¿Protectora de las jóvenes y pueriles? ¡ya Analiz era una señora! Diana era la protectora de las crías de los animales salvajes, por ello estaba presente en la batalla, para salvaguardarlos de la muerte; su arco de plata era muy particular, salvaba de la extinción a sus protegidos, pero también le cegaba la vida a seres humanos.
Apolo: debes cuidar de los osos, los lobos, leopardos y perros. No pueden morir los cachorros.
Diana: la datilera me da poderes suficientes para cuidarlos, mientras el ciprés reluce en mi sacramento. Muy bien protegida estoy por la conífera. Tú no te preocupes por mí, estaré bien.
Apolo: sólo debes pensar en la profusión y el incremento de la vegetación, además de los cachorros salvajes.
Diana: lo sé. Lo bestial me llama, por esa única lógica soy lo que soy: Diosa de los lagos. ¡Anda, vete!
Apolo: el placer llama al cuerpo.
Diana: termina de irte, hermano Apolo.
Alain no supo qué hacer, si correr a ella, sin el arco en la mano, al alejarse Apolo, o esconderse porque le temía a Júpiter. Aquel “Espejo de Diana”, lugar exótico, lo consideró como una enorme oportunidad para poseerla, para hacerle el amor a Analiz. ¿Qué era aquello? Un lago hermoso, brillante como un cristal, una desnudez exquisita, como tanto lo había imaginado, ¡y ahí estaba, sin poder asimilarlo!
Los ojos de Alain se nublaron por un momento, y, al esclarecerse, apareció en otro punto, como si mucho tiempo hubiese pasado. El río había desaparecido.

Diana: no te confundas, no soy tu amor platónico. -Alain se aferró al arco de Eros, fuertemente, a incitación de Diana. Aún se escondía detrás del tronco- Sé que estás ahí, viéndome, deseándome, ¡te siento! Pero, debes saber que mi padre Júpiter me hizo soberana de los bosques al pedirle que nunca me casaría. -los pies sudados de Alain caminaron hacia la Diosa Diana, hasta que quedó frente a ella y admirara sus senos, descaradamente. Alain no pudo creerlo, eran idénticos a los de Analiz, claro, desnudos, como nunca los había visto, tan cerca, pero eran tal cual se los había imaginado- En varias oportunidades pecaste de fisgón. Analiz para ti es una fruta prohibida. -Alain bajó el arco de Eros al suelo, dejándolo caer- Puedes tocarme, si quieres.

Alain: Júpiter te ha mandado inteligentemente. Ante ti me derrito y no podría decirte que no.

Diana: la única debilidad de los mortales es el sexo, la pasión desenfrenada.

Alain: a muchos habrás matado de esa manera. Pierden la desconfianza al poseerte, y cuando menos se los esperan, mueren de tus manos.

Diana: no soy la que crees. Te dije que Júpiter me otorgó la dicha de no casarme nunca.

Alain: no te estoy pidiendo que te cases conmigo.

Diana: tengo una reputación que cuidar. Soy Diosa de la castidad, ¿entiendes lo que significa?

Alain: preceptora de la juventud.

Diana: y con virtudes rehabilitadoras y purificadoras.

Alain: no puedo creer que hayas apartado el deseo de tus entrañas.

Diana: ahora tú lo estás apartando.

Alain: por resguardar mi vida.

Diana: entonces ya tenemos algo en común. La pasión está dentro de nosotros, pero debemos aplacarla, así se sufra en carne viva.

Alain: ¿para qué Júpiter quiere hablar conmigo? Es Dios de los Dioses y puede matarme cuando él lo desee. -continuó viendo los senos de Diana, pero de una forma más recatada-

Diana: has vencido a los Cíclopes y escapado de la batalla.
Alain: si lo hice fue por bondad a Eros, quien me cedió su arco para ir al rescate de Afrodita.

Diana: salvaste a Morfeo, tu único vínculo entre la vida y la muerte.
Alain: el sueño, el bendito sueño. No estoy aquí por cuenta propia.
Diana: pudiste regresar a tu universo, pero preferiste seguir adelante. Si retornabas, Morfeo nunca hubiese existido para ti. Los demás mortales luchan aquí para sobrevivir en su mundo, en cambio tú tomas la decisión de fallecer, sin luchar por lo que realmente quieres, ¿pero sí te atreves a defender a Morfeo, Eros y Afrodita? No estás decidido a morirte entonces.

Alain: ¿de qué me estás hablando?

Diana: Eneas es un héroe, un luchador, en cambio los que lo enfrentan, como con los dioses, son hombres como tú, mortales que mi padre Júpiter concedió una oportunidad de vida. Si logran escapar del campo de batalla, su vitalidad regresará a su mundo, venciendo enfermedades, injusticias, asesinatos en tu mundo perverso... Vuelven en sí, lo que le llaman ustedes un milagro o gran fuerza de voluntad, que no quieren despegarse de la vida, que vencen a la muerte. En cambio tú estás aquí por cuenta propia, porque te dio la gana de morir, porque puedes echarte al abandono o cometer el crimen más malévolo que te deje encerrado de por vida, que se olviden que existes, estando vivo, o simplemente entregues tu vida a alguien, pero esa persona no estará a tu lado, ¡la idolatrarás! Y morirás en vida, que, es peor que fallecer.

Alain: ¿es decir que esos mortales combatientes están condenados a morir en mi mundo?

Diana: ya muchos han fallecido. Vulcano les dio la oportunidad, que es lo importante.

Alain: ¿van al Cielo, o al Infierno?

Diana: todo está en cada expediente.

Alain: suena muy frío.

Diana: suena a que tú deseas morir, cuando tienes toda una vida por delante.

Alain: ¿Júpiter me perdonará la vida? No lo creo... Él desea matarme con sus propias manos.
Diana: te propondrá una gran batalla contra Vulcano.

Alain: ¡muy bueno tu chiste! -se rió en demasía, pero Diana lo cortó en seco, apenas con una mirada- No puedo creerlo, una batalla entre Dioses y mortales. Apolo siempre le llevará la contraria al gran Júpiter. ¿Fue él quien hirió a Afrodita?

Diana: es mi hermano gemelo. Tienes razón en tus palabras, pero eso no quiere decir que vaya en tu contra, o de Eneas. Debes cuidarte es de Minerva. No sé quien atentó contra la Diosa del amor.
La neblina opacó la vista de Alain, violentamente. Vio por última vez los senos de Diana, asegurándose que no se trataba de Analiz, la mujer amada, pero reconoció que su exacto parecido lo podía llevar a lugares donde nunca imaginó.

 Las rodillas de Justin cayeron al suelo por el espeso celaje, mientras las manos suaves de Diana, luminosas a la bruma, acariciaron los cabellos mojados del mortal. Justin recorrió por un hondo túnel congelado, todavía con el aliento a gloria de Diana, en contacto con su nariz... ¿el de Analiz? ¿Qué estaba pasando? Nuevamente, el contorno cambió, al emplazamiento brusco de su atisbadura terrenal. Para él no fue creíble cambiar de lugar tan agresivamente, pero lo vivió en entera realidad, según sus sentidos. Todo lo que le ocurrió, sencillamente, lo guardó en su certidumbre.
Fuertes colores guardó en sus retinas... Dejó de sentir el aliento de Diana; había despegado a un lugar inhóspito.


PRÓXIMAMENTE...

EN LOS SEMANARIOS O ACTUALIZACIONES, LOS CAPÍTULOS SIGUIENTES...

Original de:

Frank Nessi Contreras

Diosas_enlazadas.jpg

Mairi_reloj_Alain_Pag_58.jpg
No tardes en actualizarte, que Mairí tiene mucho que dar.

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